miércoles, 20 de marzo de 2019

Sinopsis


La historia se remonta en el siglo XIX en una nación remota y hermosa, de inviernos blancos y fríos, y veranos nublados, lluviosos y frescos.

Marius es un chico que vive en una humilde cabaña ubicada en las afueras de un pequeño pueblo rodeado por altas montañas nevadas y extensas praderas verdes.

Contemplar la belleza natural del entorno y tratar de interactuar con la tímida y evasiva fauna silvestre son los únicos juegos, y el único alivio, de este niño que padece de una constante soledad y sufre el marcado desprecio y los desmedidos maltratos de gran parte de la población de la localidad; la distante y áspera relación que posee con su padre adoptivo es su única fuente de contacto no violento con otro ser humano.

Esta fría y agotadora existencia se prolonga a través de largos años hasta que un día, en medio de una situación límite, Marius conoce a una persona especial que comienza a cambiar su mundo y su realidad de una forma tan drástica como insospechada.

martes, 19 de marzo de 2019

Capítulo 1


Era un día común de primavera con un tiempo fresco que casi rozaba la sensación del frío, en lo alto las nubes cubrían el Sol con su gris espesura y en tierra firme el entorno tenía un aspecto opaco y nebuloso. Yo caminaba por las verdes praderas en las afueras del pueblo; no había experimentado gracia ni desgracia alguna ese día, así que mi mente se encontraba indiferente ante el mundo, el aburrimiento consumía poco a poco mis ánimos y éste era ya un proceso natural a causa de mi ineludible y perpetua soledad… Simplemente me limitaba a avanzar.

En los múltiples horizontes del campo podía observar a muchas criaturas silvestres moviéndose con total libertad. Entre ellas se encontraban los conejos: en el pasado tuve el deseo de acercarme a uno de ellos y que éste me permitiera hacerlo, sin embargo, siempre huían de mí y era imposible seguirles cuando corrían, pues con su rapidez devoraban grandes distancias en segundos; era imposible atraparlos, pues no importaba cuán finos y afilados fueran mis reflejos no había manera de predecir sus saltos. Mis deseos eran tan sólo un intento de mitigar un poco mi desamparo: es natural que un humano que vive siendo rechazado por sus semejantes se harte de ellos y decida buscar la compañía en seres más inocentes y nobles… Pero al parecer estos seres conocen bien la maldad del hombre y por eso se alejan de él.

Continuaba con mi camino sin albergar ningún sinsabor y ninguna expectativa; fue entonces cuando mi vista se cruzó con una sorpresa que iba a iluminar aquella nublada tarde: un polluelo de gallina yacía desamparado en medio de la pradera, estrechado en un rincón y recostado sobre sus patas, el pequeño animal piaba y el sonido era como el de una aguda vocecita pidiendo refugio y ayuda. Me acerqué con lentitud pero con ansias hasta él, cuando me vio no pareció mostrar intenciones de huida, no me mostró miedo, esta criatura era tan inocente que parecía desconocer por completo la crueldad de mi especie. Pero yo no tenía intenciones de dañarlo y de ninguna manera iba a dejarlo ahí abandonado, ambos estábamos en situaciones similares: solos, sin compañía alguna a nuestro lado. Él necesitaba hogar y cuidados, yo necesitaba un amigo. Cuando lo tomé en mis manos él no se resistió y más bien encontró abrigo en el calor de éstas, al observarlo detenidamente me di cuenta de que era como una esfera emplumada muy pequeña, todas las partes de su cuerpo eran diminutas y al sentirlo con mi tacto me di cuenta de que era lo más suave y lo más frágil que yo había tocado. Todo en el polluelo estimulaba mis deseos de proteger, de cuidar… e incluso de querer, así que, emocionado, corrí a casa con una criatura indefensa y bella en mis manos: había decidido acogerlo y criarlo. Una casita que lo cubriera del frío, comida y agua, eso era todo lo que mi nuevo amigo necesitaba.

Durante los siguientes días todo giró alrededor de la pequeña ave. Quizá sonará osado de mi parte, pues a lo largo de mi vida he carecido de contacto humano, no obstante, me atreveré a decir que el polluelo ha sido uno de mis amigos más carismáticos, graciosos y entrañables, él poseía un sinfín de cualidades que te hacían adorarlo y amarlo antes de que te percataras de ello: siempre me seguía a todas partes, así que ya no volví a sentirme sumido en soledad; tenía la extraña costumbre de subirse a las pequeñas rocas y a mi regazo; me enternecía mucho verlo aletear, como si tratara de volar, como si tratara de ser más grande. Mi aburrimiento crónico desaparecía cuando estábamos juntos y en él encontré el cariño que tanta falta me hacía. Mi felicidad orbitó alrededor de esa criatura por siete Soles y siete Lunas…

En el octavo día, sin embargo, las cosas cambiaron, cambiaron para mal. Me encontraba limpiando el refugio de mi mascota y cambiando su comida, ansioso por terminar para poder jugar con él. En ese momento tres chicos del pueblo irrumpieron entre nosotros dos con su discordante presencia: desde la distancia comenzaron a llamarme y a insultarme con palabras agrias y crudas; esta clase de maltratos no eran nuevos para mí, y años de sufrir las mismas agresiones me hicieron resistentes a ellas, así que simplemente ignoraba y dejaba que el viento se llevara sus inútiles injurias. Pero nunca intuí que esos tres imbéciles llevarían sus ataques más allá de las amenazas: el líder se acercó, acortando en gran medida el espacio que había entre nosotros, me llamó cobarde y de forma explosiva destrozó por completo el refugio de mi mascota; furioso intenté detenerlo, pero los otros dos chicos comenzaron a arrasarme a golpes; después, él mismo que se encargó de destruir el refugio fue quien se convertiría en verdugo de mi amistad.

Me arrebató el polluelo de un movimiento brusco y lo colocó en el suelo, inmediatamente comencé a pedirle que se detuviera, mas no escuchó ni una sola de mis desesperadas suplicas. Lamentablemente, lo que selló el destino de mi pequeño amigo fue su inocencia y su desconocimiento de la maldad humana: él no intentó huir, no intentó hacer nada. Mientras me seguían golpeando y sujetando, no pude hacer nada más que observar cómo aquél chico daba muerte a mi mascota con un contundente pisotón; es inútil explicar la emoción que experimenté en ese momento, fue como si hubieran aplastado mi corazón, como si hubieran destrozado mi espíritu. Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas y la furia fue tan grande y tan ciega que fui capaz de ignorar todo el dolor que la paliza había sembrado en mi cuerpo. Me libré de mis opresores, me abalancé sobre él y con un impulso asesino lo tiré al suelo; uno tras otro, mis dos puños impactaron sobre su rostro sin detenerse, y sólo después de muchos esfuerzos sus dos compañeros lograron separarnos. Nunca antes había usado la violencia, pero la atrocidad que cometieron estas personas despertó la parte más brutal y salvaje de mí ser, desconozco todo el daño que pude haberle hecho al asesino de mi amigo si sus dos secuaces no hubiesen intervenido.

De su nariz rota fluía mucha sangre, él apenas pudo articular un par de palabras diciéndome que en el futuro pagaría caro mi osadía; los otros dos chicos me miraban asustados y con miedo, con muchos deseos de huir de mi rabia…

Días después escuché que en el pueblo circulaba la noticia de lo que yo había hecho; me sentí satisfecho, ya que había logrado consumar mi venganza, sin embargo, toda esa amarga satisfacción se veía absolutamente eclipsada y reducida por mi tristeza, por mi odio creciente hacia las personas, por mi desgracia.

Y así es cómo el ser humano trataba a todas las criaturas inocentes y puras: las aplastaba y desechaba con crueldad, sin un atisbo de piedad.

Mi única intención era hallar en el polluelo un amigo con quien poder compartir grandes y maravillosos momentos... Uno que jamás me juzgaría, abandonaría o traicionaría.

Sin embargo, toda posibilidad se esfumo por mi causa y la de mi especie... ¿Había sido un iluso? Si me hubiese decantado por dejarle libre en su momento, nada de esto hubiese sucedido... No tenía porque haberme dejado llevar por mis emociones, tan solo eran una molestia, un tormento proveniente de mi vulnerabilidad, debilidad, fragilidad, algo que tan solo traía disgustos y a su vez deleitaba a mis semejantes... Incitándolos a encontrar nuevas formas, métodos para lastimarme, romperme y hundirme en lo más hondo de un sombrío y profundo abismo.

domingo, 17 de marzo de 2019

Capítulo 2


El tiempo siguió marchando, después de la muerte del polluelo y de mi violenta venganza, la paz y la calma se hicieron presentes en los días que acontecieron. Calma y paz incómodas e incapaces de disfrutarse; a causa de la furia y la tristeza que los sucesos pasados habían depositado en mi interior yo veía el exterior como una llana y vaga ilusión.

Durante esos instantes permanecí gran parte de mi tiempo sobre las colinas, desvinculándome y alejándome cada vez más del pueblo y sus aldeanos. Tornándome en un observador que día tras día atestiguaba las innumerables injusticias, fechorías, banalidades e injurias causadas por esas personas. Las pesimistas divagaciones que almacenaba sobre la civilización cobraron aun mayor influencia y magnitud... Ahora no poseía ni un ápice de duda al respeto, estaba absolutamente convencido de lo innecesario e inútil que resultaba comunicarme con mis allegados y la desidia que representaba el mero hecho de intentarlo. Renuncie complemente a mi capacidad de habla; no deseaba formar parte de una sociedad ruin, absurda y vacua, sin causa o rendición alguna.

Dijera lo que dijera jamás seria comprendido, aceptado, apreciado o estimado por nadie... Era un esfuerzo en vano que tan solo traía aun más angustia, desesperación y desolación, todo un conjunto de amargas vivencias que conllevaban consigo esa pertinente sensación de no encajar, no tener cabida alguna en el mundo... Conocía bien las consecuencias que podría desencadenar mostrarme tal y como era... Como cualquier indicio de debilidad podría llevarme directo a la perdición, al igual como sucedió con el polluelo... Deje incluso de sonreír al percibirlo como un defecto, un error universal, nadie debía permitirse el lujo de ser feliz en una existencia sumida por la miseria y la desgracia. 

Y fue durante una de esas mañanas, llenas de falsa tranquilidad y apatía cuando mi padrastro, Herman, me envió a hacer un encargo, como mensajero: con una carta en mis manos, con la malagana aferrada a mis ánimos y dando pasos lentos por el camino de siempre yo me dirigí a mi breve destino.

Llegué a una casa en las cercanías del pueblo, más bien era una gran mansión con un amplio jardín rodeado y protegido por altas rejas, en el centro de aquel lugar se prolongaba un largo sendero delimitado por arboles que te llevaba hasta la entrada principal del imponente edificio. Decidí entrar cautelosamente por el portón, no esperaba que nada en especial sucediera. De pronto, me di cuenta de que alguien me había lanzado una piedra y ya era muy tarde para evitar el disparo. Por suerte el proyectil no contaba con la fuerza suficiente, fue descendiendo y golpeó uno de mis zapatos.

Al levantar mi vista pude ver a un chico frente a mí, y era evidente el desprecio que sentía hacia mi persona. Tenía los ojos color marrón; su cabello era corto, ondulado, un poco desordenado y de un rubio apagado; nuestras estaturas se igualaban, mas su complexión era más atlética que la mía. A él ya lo conocía, pues lo había visto muchas veces en las calles del pueblo: su nombre era Hans, mayor que yo por dos años, tenía la fama de poseer una fuerza física sobresaliente y de ser el hijo de un destacado militar.

Este chico, al igual que muchos, ya me había hostigado con toda clase de ofensas e insultos en el pasado. Me limité a ignorarlo y seguí caminando, lo único que me importaba era entregar el recado para terminar de una vez por todas con la pesada y aburrida tarea que mi padre me había impuesto. Mas Hans se interpuso en mi camino y me preguntó con claros aires de superioridad: "¿Pero cómo puedes ser tan idiota?”. No di respuesta a su pregunta, que era claramente malintencionada, ni siquiera me molesté en mirarlo y tratando de actuar con calma rodeé a su persona y encaminé mis pasos hacia la puerta de la mansión.

Él me lanzó una piedra nuevamente... pero esta vez no erró: la roca rebotó en mi cabeza y cayó al piso momentos después. Finalmente concretó su vil propósito e irremediablemente consiguió hacer surgir la furia reprimida y latente de mi interior. Observé por unos segundos el proyectil que ahora yacía inmóvil en el césped y cerca de mis pies, sentí el agudo dolor y el ardor del impacto naciendo e irradiándose a través de mis nervios. Después lo observé a él, me acerqué con ímpetu hasta donde estaba y con todas mis fuerzas le solté una patada; ahora necesitaba pocas excusas y pocas razones para pelear con cualquiera que me provocara lo suficiente, estaba tan enojado y resentido por todas las desgracias que caían sobre mí, y la violencia prometía ser la catarsis que me ayudaría a sentir un poco de alivio. Pero fallé: Hans esquivó mi ofensiva fácilmente y riéndose de mí me dio una certera y mucho más potente patada. La situación empeoraba y la pelea era desigual: él era mucho más fuerte y mucho más ágil que yo, además, sabía valerse de todos esos trucos sucios propios de las riñas; repentinamente, mientras forcejeábamos, me hizo caer al suelo con una zancadilla.

Lo observé desde el suelo, y antes de que pudiera levantarme para seguir luchando él tomó una robusta rama de árbol y comenzó a golpearme frenéticamente, sin parar. El castigo venía de todas direcciones, la tortura era insoportable; mis piernas no respondían, así que no podía ponerme de pie, y de mis ojos empezaban a fluir lágrimas de sufrimiento y humillación. Ya no podía resistirlo más, ¿acaso deseaba matarme?

Justo cuando empezaba a perder la consciencia a causa del suplicio que padecía mi cuerpo una voz muy suave y fina intervino, una voz que calmó un poco la insana crueldad de aquel chico.

Derribado y con la visión nublada, apenas pude contemplar sus rostros, aunque pude escuchar lo que aquella voz femenina le decía a mi agresor: ella pedía que tanta violencia y brutalidad cesaran. Al principio Hans no la escuchó y continuó golpeándome sin mayor reparo. Yo sabía que simples palabras no lo harían cambiar de parecer, mas no esperaba la acción que esta chica iba a realizar para protegerme, para salvarme: se lanzó sobre mí y me resguardó con insistencia, sin mostrar ni un ápice de duda o temor.

Los siguientes golpes impactaron sobre mi osada defensora, Hans comenzó a dudar, y finalmente detuvo sus ataques segundos después. Ella se levantó sonriendo y mostrando tranquilidad; él parecía enfadado, pues su macabra diversión había finalizado, y antes de marcharse jalo de sus ropa a la misteriosa chica para acto seguido empujarla y tumbarla en el piso.

No sabía por qué esta chica había dado la cara por mí, ni qué la había motivado a convertirse en mi escudo humano, y más confundido me encontraba ahora que me regalaba una gran y radiante sonrisa preguntándome si me encontraba bien. La observé detenidamente: si bien ella era un poco más alta, parecíamos ser de la misma edad; su cabello era largo, lacio y dorado; su piel, blanca y pálida; y sus ojos grandes de un singular color azul celeste ornamentados por unas pestañas largas y rubias. Un vestido blanco roído y desgastado caía hasta sus rodillas, unas medias enteras de color negro oscuro y unas botas cortas de color marrón abrigaban su delgada y fina figura.

Yo ignoré su pregunta y no contesté ni dije nada; ¿Estaba sintiendo aliviado, agradecido por su interferencia? Al recuperar la movilidad de mi cuerpo trate de realizar un esfuerzo para ponerme en pie; ella notó mis intenciones y con su apoyo logré levantarme todavía muy adolorido y aturdido, no obstante tras volver en sí termine liberándome de aquel atisbo de duda y rechazando al instante la mano de mi salvadora;  había cometido un severo descuido y fallé a uno de mis principios más básicos al mostrarme ante una completa desconocida con el rostro bañado en lagrimas, era una situación tan sumamente patética y frustrante que una vez reincorporado aproveché su distracción cuando la llamaron para escabullirme y limpiar mis mejillas.

Reanudé mi camino y esta vez finalmente logré llamar a la puerta de la mansión; el señor de la casa salió y era, al parecer, el padre del chico que me había propinado la salvaje paliza. Le di la carta y él simplemente la leyó sin demasiado interés, después me dio las gracias de forma automática y fría y me entregó una pequeña bolsa de monedas para mi padrastro…

Cuando terminé con tan soporífero encargo, fui corriendo a casa tan sólo para arrojar la bolsa de monedas en la mesa, no tenía intenciones de quedarme ahí. Volví a correr, esta vez más rápido, y llegué hasta las verdes praderas en donde solía jugar y pasar el tiempo en soledad: ahí me acomodé en un rincón, junto al gran árbol, y dejé que mi amargo llanto saliera.

No me di cuenta de que aquella niña me había estado siguiendo; se acercó a mí lentamente y nuevamente me preguntó si me encontraba bien. Yo seguí usando el silencio como respuesta y desvíe mi mirada de sus ojos, no podía confiar en ella, yo odiaba a todo el mundo y esta persona no iba a formar parte de ninguna excepción, no le otorgaría compensación, agradecimiento alguno por sus meritos y tampoco cedería ante un acuerdo o chantaje. Pero una vez más ella me sorprendió con sus acciones: sin decir y sin avisar se estrechó hacia mí y me dio otro abrazo; el primero fue para protegerme pero éste era diferente.

Me hallaba sobrepasado y asustado, jamás en la vida había recibido un abrazo, dos de ellos en un mismo día eran demasiado para mis emociones recién descubiertas, así que hice lo primero que mi instinto me recomendó hacer: la empujé y me marché. Ella simplemente se despidió amablemente de mí mientras me alejaba...

Una nube negra de confusión desataba su tormenta sobre mi mente. Todo el mundo en el pueblo me había mostrado su desprecio y su rencor, pero ella no ¿Por qué? ¿Por qué me había protegido? Sus abrazos me causaron demasiado miedo y aversión; sin embargo, algo había en ellos, algo que despertó en mí interior emociones desconocidas hasta ahora, sentimientos que ayudaron a aliviar el dolor, tanto el físico como el etéreo.

sábado, 16 de marzo de 2019

Capítulo 3


Una vez que pierdes por completo tu fe en la humanidad ¿es posible recuperar al menos una pequeña parte de ésta? ¿Puede una sola persona hacerte olvidar la crueldad, la maldad y el rencor del mundo que te rodea? No lo sé, la verdad no lo creo… mas ella me hizo dudar: desde que la conocí todo fue diferente y desde entonces ya no fui capaz de dar respuesta certera a estas dos preguntas.

Al día siguiente, luego del dolor que la terrible paliza me dejó y después de la inesperada intervención de aquella chica, yo volví a la pradera dispuesto a pasar mi tiempo en soledad como siempre hacía. Recuerdo que me senté en la hierba justo debajo de la sombra del gran árbol, ahí encontraría refugio y un poco de tranquilidad. De pronto, mi efímera calma se vio interrumpida por una dulce y suave voz, una voz que ya me era familiar: se trataba de la misma chica que me había protegido con tanta insistencia el día anterior.

Nunca imaginé que entre nosotros dos fuera a darse un nuevo encuentro. Aun cuando seguía vigente todo aquel malestar y temor, la humillación y la vergüenza del posterior día... Ella apareció y fue en aquel instante de absoluto pavor cuando desee desaparecer, esfumarme, sin dejar rastro alguno.

Se sentó en el césped junto a mí y me confesó su nombre: se llamaba Naomí. Me miro directo a los ojos y me dijo que deseaba conocer la razón de mi tristeza… Yo desvié y bajé la vista: ¿cómo sabía que me encontraba deprimido si tan sólo habíamos compartido una breve mirada? Disimuladamente comprobé si alguna lagrima se había deslizado a través de mis mejillas para obtener la evidencia, pero estaba completamente equivocado... Mi interior estaba siendo expuesto ante una completa desconocida producto de una capacidad que se encontraba fuera de mí alcance, lógica y era demasiado tarde como para impedirlo. Su facultad era un espanto, una autentica calamidad que solo me causaba terror y estupor.

Naomí notó todo el cúmulo de malestares que su pregunta produjo en mí interior, se disculpó y me hizo saber que no tenía que responder absolutamente nada si no deseaba hacerlo. Acaricio mi cabeza gentilmente  como diciéndome sin palabras que me entendía... ¿En verdad era capaz de comprender mi padecimiento? Solamente se trataba de una de esas tantas bobaliconas que se la pasaban sonriendo todo el tiempo de forma despreocupada dentro de su propia cúpula de ignorancia, esa clase de personas que solo verlas me generaban todo un cumulo de repulsivas emociones... Una lugareña que lucía sucia, pobre y que también formaba parte del mismo pueblo que tanto repudiaba.

Nuevamente hubo contacto físico entre nosotros y el instinto me decía que la apartara, que la alejara de mí, que ella no tenía porqué tocarme. Sin embargo, resistí el impulso y contuve los deseos de repelerla de mi espacio, ella parecía diferente y no se había acercado a mí para agredirme, ni mofarse o forzarme hablar.

Al final, Naomí decidió pasar todo su día haciéndome compañía y trato de buscar un modo para socializar conmigo mediante toda clase de alocadas y disparatadas ideas: Desde usar gestos y expresiones que desde mi perspectiva le hacían lucir aun más ridícula a trazar con sus finos dedos dibujos y formas que apenas lograba descifrar. Quizás creyó que era incapaz de recurrir al habla y por esa razón estaba tan empeñada en ayudarme; pero desde luego que su sospecha era falsa... Yo no era mudo y tampoco necesitaba de su compasión, simplemente desistí de mi lenguaje por la causa que resentía y ahora desconocía de cualquier método para remediarlo... Era imposible declarar la verdad y solo considerar la posibilidad provoco que todo el mar de angustia que resentía mi cuerpo me hundiera, atrapara y devorase hasta el último confín de mis nervios; reprimiéndome y despojándome totalmente de mi voluntad.

Ella otra vez se dio cuenta sobre mi estado, coloco sus manos delicadamente sobre la parte superior de mis brazos y llamándome con un tono temeroso acabo por sonsacarme de aquel perpetuo bloqueo; al regresar en mí pude escuchar como una voz afligida me pedía disculpas y una última sola oportunidad... prometiendo que si volvía a incordiar o molestar me dejaría a solas, en paz y nunca más retornaría a este lugar... Parecía estar tan determinada que ni siquiera pude replantearme la posibilidad de negar su propuesta.

Entonces Naomí sugirió y planteo un juego muy sencillo: uno en donde debía responder a sus cuestiones con un sí o con un no, sin necesidad de verbalizar nada y en donde solo utilizando los medios que ella exhibió me comunique de la forma menos llamativa y vergonzosa posible, valiendo de mis parpados y negando, afirmando con la cabeza. Aun a pesar de mí inquebrantable silencio, ella logro averiguar mi nombre y mi edad, tal vez fue su ingenio, encanto o la delicada insistencia que emanaban sus actos.

Cuando el Sol comenzaba a caer y el cielo se teñía de colores crepusculares, Naomí me dijo que era hora de despedirse; yo también debía volver a casa, pero no sabía de qué forma retirarme, ni como decirle adiós, así tan solo trataría de reunir valor para señalizar el sendero hacia mí hogar para después marcharme. No obstante, justo antes de marcharme, ella realizó una acción que volvió a dejarme paralizado: acercó su rostro al mío demasiado, por un breve momento pude percibir su cálida respiración, y antes de que pudiera hacer algo, antes siquiera poder pensar en apartarla de mí, sus labios, suaves y tiernos, ya se encontraban acariciando mi mejilla. Naomí me dijo adiós regalándome un inocente y amable beso, que me hizo sonrojar y causó que toda la piel de mi cara sintiera extraños cosquilleos en cada uno de sus rincones. Era la primera vez que alguien me trataba así, nunca antes en toda mi breve y pesada existencia había experimentado el cariño, el interés y el cuidado de otra persona.

En los días siguientes volví a la pradera teniendo la certeza de saber que me encontraría con ella, tentando por emociones tan discordantes como antagónicas como lo fueron la inquietud y la calma, aquel recelo que experimentaba segundos antes de reunirnos y el apego que sacudía mi interior al separarnos; tolerar la cercanía de Naomí sin poder concretar mi verdadera aprobación... pero finalmente con el transcurso del tiempo lo segundo término por interponerse a lo primero. Ella consiguió originar un milagro cuando comencé a platicar e interactuar usando mi voz, poco a poco fui dejándome llevar por su forma de ser: extrovertida y graciosa, ella no paraba de hablar; en ocasiones conseguía originarme sonrisas de brevísima duración, mis respuestas antes vergonzosas y monosilábicas fueron volviéndose cada vez más espontaneas y abiertas; dejaba de temerle y empezaba a confiar en ella.

Una mañana me dirigí casi corriendo a nuestro habitual punto de encuentro y una vez ahí aguardé por nuestra unión, mas Naomí no apareció. Aquello me dejó confundido y extrañado, pues hasta ahora ella siempre había sido muy puntal al reunirse conmigo; la esperé y las horas se fueron acumulando una tras otra. Permanecí en la pradera albergando la esperanza de que en cualquier momento vería su delgada y grácil figura acercarse por cualquier horizonte, pero esto jamás sucedió. La tristeza comenzó a consumir gran parte de mis ánimos; decepcionado, cabizbajo y preocupado regresé a casa con el cielo nocturno acompañándome desde lo más alto.

Al día siguiente Naomí tampoco se presentó. Y a causa de sus ausencia yo empecé a divagar lo peor... Tal vez al descubrir que podía conversar como cualquier niño normal decidió terminar con nuestra relación... Pero aun sintiéndome responsable, siendo consciente de lo que hice estaba mal, no podía aceptarlo... ella no se mostro molesta o decepcionada en el instante que aconteció todo este suceso; más bien todo lo contrario y tampoco se trataba de un hecho demasiado reciente como para aplicar medidas de forma tan tardía...

Y de pronto, mientras se desenvolvía sobre mi atenta mirada un cielo que parecía pronosticar otra posible precipitación, termine cediendo ante la negatividad, especulando lo peor: ¿Y si sólo estuvo jugando conmigo? ¿ Acaso todo formaba parte de un maquiavélico plan para lastimarme? ¿Ya nunca más la volvería a ver? Y fue repentinamente en medio de la angustiante espera cuando la lluvia se desato; corrí a resguardarme bajo la gran copa del gran árbol y desde ahí, observando el gris escenario, me convencí... ella tan solo me había usado, traicionado, manipulado a su capricho y una vez cumplió con su propósito me abandono.

Me sentía tan estúpido, jamás debí haber confiado en ella... o eso creí hasta el momento en que...

domingo, 10 de marzo de 2019

Capítulo 4


Las gotas de agua se detuvieron por un instante y en cuando alce la vista para comprobar si el chaparon había cesado... Pude verla: ella se encontraba frente a mí llevando entre sus manos una sombrilla que la protegía de la lluvia. Se colocó a mi lado y me abrigó con una manta que dio calor a mi cuerpo y secó la humedad presente en éste; finalmente, Naomí se valió del paraguas para cubrirnos a los dos. Lo único que yo hice fue aceptar sus atenciones: estaba sorprendido y no podía articular palabra alguna; aun con la prolongada e insistente lluvia, ella había venido a la pradera con el único fin de encontrarse conmigo.

Luego de brindarme su ayuda, Naomí me pidió disculpas, ya que las tareas del hogar y sus propios padres le habían impedido salir a la pradera el día anterior. Ambos nos dedicamos a observar tranquilamente las incontables y ligeras gotas de lluvia que caían desde las nubes; ella me dijo que contemplar las lloviznas le agradaba en demasía, a mí también me gustaba apreciarlas en todo su esplendor. Posteriormente, de forma repentina y en un gesto de confianza Naomí tomó mi mano, me pidió que compartiéramos la manta que había traído consigo y aprovechó el momento para estrechar su cuerpo con el mío; yo le pregunté, nervioso, ruborizado y molesto por qué hacía esto y ella me respondió sonriendo que de esta forma mantendríamos el calor y sería más fácil protegernos del agua. El día llegó a su fin no obstante la lluvia continuaba, era evidente que no iba a detenerse pero nuestra hora de regresar se hizo presente. Nos pusimos de pie, yo pensaba que íbamos a decirnos adiós; sin embargo, Naomí me acompañó hasta la cabaña y me otorgó la cobertura de su sombrilla para evitar que yo me mojara.

A medida que transcurrieron los días fui experimentando una transformación y poco a poco, sin darme cuenta mi visión de la realidad empezó a cambiar, dejo de ser simplemente despertar y ver otro día igual para adquirir un nuevo significado, una razón para esperar con anhelo el siguiente amanecer: Regresar a la pradera para encontrarse nuevamente con Naomí... Y despedirnos cuando la oscuridad comenzaba a mostrar su cuerpo inmaterial. De aquellas tardes recuerdo varias en especial; una vez en donde Naomí pregunto sobre mis intereses y pasiones... y yo acto seguido negué tenerlas; no poseía ningún don y rechazaba de forma tajante todo aquello que proviniera de la civilización; a lo cual ella respondió que no debía rehusarse, cerrarme a la experiencia, ya que según sus palabras la raíz del arte provenía de las emociones, nuestro ser y su naturaleza más profunda, no solo era innato en los seres humanos; las aves también cantaban y componían sus propias melodías; el cielo era un gran lienzo donde se formaban todo tipo de formas y uno podía contemplar una ilimitada gama de mezclas y colores; los arboles se desprendían de sus hojas para que estas danzaron sobre del viento otoñal. Hizo una breve pausa para sentarse conmigo y comunicarme que yo poseía muchas virtudes que aun era incapaz de percibir, prometiendo con su dedo meñique ofrecerme el apoyo necesario para ayudarme a manifestar y florecer aquellos talentos más recónditos y singulares que albergaba.

Ella me enseño un nuevo mundo lleno de color y esperanzas, repleto de momentos agradables, mágicos e irrepetibles…

En otra ocasión Naomí preguntó por mi familia, por mis abuelos, mis padres y mis hermanos... No di respuesta alguna, pues no tenía nada que decir: a mi verdadera familia jamás la conocí, mi madrastra murió demasiado pronto como para que pudiera evocarla, memorar su rostro o un instante junto a ella... Y mi padrastro no era más que un extraño con el cual compartía el mismo techo.

Ella comprendió mi prolongado silencio, se dio cuenta de que no respondería y finalmente decidió contestar su propia pregunta: Naomí me confesó que las personas con las que ahora vivía no formaban parte de su verdadera familia; Hans no era un hermano, sino un hermanastro y el hombre de la mansión al que yo le había entregado la carta no era su padre, sino su padrastro.

Esto me desconcertó y sorprendido escuché con la mayor atención cada parte de su insospechada revelación. Me explicó que ella nació en el lecho de una familia de la clase media más acaudalada, vivió con sus auténticos padres los primeros años de su infancia y los tres eran muy felices: no había problemas de ningún tipo ni con otras personas ni con la vida misma. Pero un mal día el padre de Naomí desapareció dejando tan sólo una ínfima parte de su vasta fortuna y ningún indicio de su posible paradero; él abandonó a esposa e hija, una hija que apenas contaba con cuatro años de edad. El dinero y la estabilidad rápidamente menguaron y la pobreza, junto con todas sus carencias, se veía cada vez más cercana y real. La madre de Naomí se vio obligada a viajar por todos los rincones de todas partes para poder encontrar el sustento económico que en el pasado ninguna falta hacía; sin embargo, no tuvo éxito alguno y a cualquier lugar a donde iba únicamente hallaba puertas cerradas y respuestas negativas. Finalmente, una de sus desesperadas travesías las trajo a ambas a este pueblo, y para bien o para mal, la madre de Naomí tenía amistad con la gente de la gran mansión; ahí recibieron asilo por un tiempo y cuando la mujer, caída en desgracia, veía a su pequeña hija jugar felizmente con las dos niñas de la familia decidió tomar una drástica y difícil medida. Tuvo que forzarse a dejar a Naomí con esas personas; ya había perdido a su padre y ahora tendría que despedirse de su madre, pues ese era el precio que había que pagar para salvarla del hambre, del frío y de la decadencia con los que la pobreza castiga a quienes caen en ella. A partir de aquel momento el niño y las dos niñas de la mansión se convirtieron en sus hermanos, el señor y la señora que eran padres de aquellos chicos serían los suyos también, Naomí fue adoptada. La despedida entre la verdadera progenitora y su hija estuvo repleta de tristeza y empapada de lágrimas: Naomí me dijo que abrazó a su mamá con todas sus fuerzas y que no podía dejar de llorar, la mujer también la envolvió en sus brazos con la misma intensidad prometiéndole que volvería por ella cuando contara con trabajo y dinero para ya no sufrir de más carencias… Los años pasaron y nunca volvieron a verse después de aquel sufrido adiós.

Ahora lo entendía todo, finalmente pude comprender por qué sus ropas lucían tan desgastadas y roídas cuando sus hermanos vestían tan sólo las prendas más finas. Por fin pude entender por qué su aspecto no mostraba ninguna similitud con el del resto de sus familiares: por sus venas no corría la misma sangre. Quizá Naomí y yo éramos diferentes: ella siempre alegre, cálida y sociable; yo siempre triste, frío y solitario. Sin embargo, con su confesión me di cuenta de que algo era común entre nosotros y ese algo en cierta forma nos unía un poco más.

Recuerdo que Naomí me dijo que a pesar de todo todavía albergaba la esperanza de que algún día su madre volviera por ella. Yo nunca en mi vida había albergado ni una sola esperanza, aunque desde que la conocí a ella siempre aguardaba ansioso por la llegada de la mañana siguiente, ya que ese era el momento en el que nos volvíamos a ver ¿se le puede llamar a esto esperanza?

sábado, 9 de marzo de 2019

Capítulo 5


El cielo estaba nublado esa tarde mas no caía gota de agua alguna, yo en cambio no podía dejar de derramar lágrimas, no podía dejar de llorar.

Naomí poseía la capacidad de leer mi interior con certeza, sólo necesitaba mirarme a los ojos por un ínfimo instante y de inmediato sabía si me encontraba bien o mal. Ese día me sentía lleno de tristeza y cansancio por mis constantes pesadillas, por mis desgracias pasadas y por la muerte del polluelo al que todavía extrañaba. Ella intuía que algo ocurría conmigo, que algo me estaba haciendo sufrir, y también me conocía lo suficiente como para saber que yo no iba a confiarle mis pesares por iniciativa propia; así que poco después de reunirnos en la pradera y de cubrirnos bajo la sombra del gran árbol Naomí utilizó su dulce voz y su atrapante mirada para preguntarme acerca de aquellas cosas que me deprimían. Yo no pude soportar los deseos de contárselo todo tan pronto su vista se fijó en la mía, sin embargo, al intentar hablar una enorme presión en mi espíritu y un nudo en la garganta me lo impedían, mis palabras se quebraban, mi rostro adoptaba una expresión de desdicha y en mi interior percibía un vacío extraño que iba acompañado de un envolvente calor.

Sentados los dos, mi amiga me abrazó suavemente y con mi cabeza apoyada sobre su pecho; me hizo saber que si necesitaba llorar podía hacerlo con total libertad, ella estaría ahí para consolarme y para ayudarme a desahogar todo el dolor. Yo cedí y lloré de forma descontrolada. Su armónica respiración y los latidos de su corazón poco a poco me llenaron de calma y sosiego. Mi tristeza desaparecía con rapidez si Naomí estaba a mi lado.

Con el paso del tiempo, lentamente y sin poder percibirlo, comencé a obsesionarme con Naomí: siempre que oscurecía y debíamos despedirnos el desánimo se apoderaba de mí y las ansias me consumían, no podía esperar para encontrarnos de nuevo, y cuando esto finalmente ocurría, mi alegría se renovaba. Sus besos, sus abrazos y todos sus cariños producían un constante cosquilleo en lo más profundo de mi vientre, y esta sensación, casi adictiva, me llenaba de bienestar. Ella era hermosa, no sólo en sentimientos y personalidad, sino también en su exterior: su aspecto físico era una perfecta proyección de su sublime interior; mis deseos de tocar su sedoso cabello dorado y su suave y blanca piel se hacían cada vez más grandes; me fascinaba contemplar, por largos minutos, su rostro de rasgos angelicales, y envolver su delicado y cálido cuerpo con mis brazos era la mayor cumbre de emociones que nunca antes había experimentado.

Mi desconocimiento casi absoluto de las relaciones humanas me hizo pensar que todos los sentimientos que albergaba por Naomí eran cosa común, sentimientos que todas las personas experimentaban cuando convivían con sus amistades; tiempo después me daría cuenta de que mi sentir hacia ella no entraba perfectamente bien en el concepto de la amistad... Se trataba de algo más.

Pero todo era sumamente idílico como para durar demasiado. Pronto la oscuridad de quienes nos rodeaban volvió a hacerse presente, mostrando sus corruptas facetas y empañándolo todo de crueldad y maldad.

Era una tarde como las demás, pasaba el tiempo con Naomí en la pradera y todo marchaba bien. Ella me dijo que tenía que ir al pozo a recoger agua y me pidió que la acompañara, yo acepté sin pensarlo: Naomí solía rechazar mi ayuda en sus deberes a pesar de que siempre me mostraba dispuesto a asistirla. Caminamos tranquilamente hasta la entrada de la mansión, que era el hogar de mi amiga, ella me dijo que esperara afuera y que me ocultara, pues podría haber problemas si sus hermanastros nos veían juntos. Recuerdo que no tardo mucho tiempo en ir y menos en regresar, pero esta vez con un cubo de madera grande el cual nos serviría para llevar a cabo nuestra tarea.

Al llegar al pozo me di cuenta de que en el interior del gran balde que mi amiga llevaba, se hallaba uno de menor tamaño. Ella llenó ambos recipientes con agua y después se dispuso a cargarlos, sin embargo, sus brazos, delgados y débiles, no podían levantar tanto peso sin antes realizar un gran y sufrido esfuerzo. Rápidamente noté todo el trabajo que a Naomí le costaba y también me percaté de que una de sus muñecas se encontraba un tanto lastimada. Me acerque y tomé el cubo de mayor volumen haciéndole saber a mi amiga que le ayudaría, pues de esta forma terminaríamos más rápido con este encargo y ella ya no tendría que forzar su lesión. Naomí agradeció mi acción, más me hizo saber que no era necesaria: simplemente no deseaba causarme molestias; yo le expliqué que brindarle mi apoyo no me provocaba ningún tipo de molestia. Finalmente, ella aceptó y tomó mi mano a lo largo del camino, lo cual me llenó tanto de alegría como de inquietud. Minutos después llegamos a la mansión.

Cuando mi amiga entró a su hogar, una vez más me escondí y esperé por su retorno; probablemente regresaríamos a la pradera y podríamos olvidarnos de esta aburrida tarea, aunque estando a su lado hasta las cosas más cansadas y monótonas dejaban de serlo, Naomí siempre estaba hablando y a mí me gustaba escuchar su voz, bella y melódica; constantemente solía explicarme sobre toda clase de anécdotas vinculadas con su madre, sobre lugares remotos en los cuales viajo mucho antes de residir en este pueblo; y yo careciendo de oportunidades de viajar mucho más allá de las montañas sentía gran interés por cada una de sus palabras. Ella también sabía escuchar, así que poco a poco le revelé más detalles de mi persona: mis preocupaciones, mis rencores, mis sinsabores con la gente del pueblo y mi situación familiar de abandono y posterior adopción. Mi confianza hacia su persona se tornó tan sólida que incluso llegué a contarle sobre el polluelo, quien fue mi primer amigo y que poco tiempo después fue asesinado por aquellos chicos; recuerdo que un día, incluso le mostré el lugar donde descansaba eternamente mi mascota. Con ella sentía que podía ser yo mismo, dar rienda suelta a mis emociones e ideas más reprimidas y ser correspondido.

Me encontraba distraído, pensando en las cosas que haríamos al regresar a la llanura, cuando un sonido estridente y súbito me trajo de vuelta a la realidad; aquel extraño ruido, que desentonaba con el sereno ambiente, se repetía una y otra vez y provenía del interior de la mansión. Con sumo cuidado, me escabullí para lanzar un vistazo rápido, mi curiosidad había despertado y me exigía saber qué era lo que sucedía. Y lo que descubrí me heló la sangre: una mujer golpeaba violentamente a Naomí valiéndose de una escoba, una y otra vez el objeto de castigo subía hasta lo más alto y luego descendía con velocidad furiosa para impactarse, estremeciendo el frágil y débil cuerpo de la única persona que yo apreciaba. La paliza continuaba y parecía eterna, mi amiga utilizaba sus pequeñas manos para cubrirse del daño, lloraba y suplicaba perdón a su cruel agresora..., a su madre adoptiva. Sus dos hermanas y su hermano, Hans, estaban presentes en la escena y miraban a Naomí como si no fuera nada: al igual que un instrumento inservible y desechable.

Mis piernas temblaban, mi mirada se enfocaba en la nada y mi alma petrificada sólo podía sentir el miedo, pues me angustiaba que la tortura que Naomí soportaba se prolongara demasiado y provocara daños irreversibles en su cuerpo... o algo todavía peor; la furia, ya que no comprendía la extraña manera en la que funcionaba este maldita y podrida realidad, en donde una persona tan buena y pura como Naomí era maltratada y humillada de una forma tan ruin; la impotencia, pues aunque la parte más instintiva y salvaje de mi ser me decía que tenía que actuar, yo bien sabía que nada podía hacer, me sentía incapaz de protegerla como ella me había protegido a mí y por último, la tristeza: ver a mi amiga derramando lágrimas, rogando para que los intolerables golpes cesaran y adoptando en su semblante una expresión de intenso dolor y profundo desamparo, quebraron por completo mi voluntad.

La golpiza, junto con toda su agonía, terminó. Yo seguía temblando cuando todo finalizó, ya que casi puedo jurar que cada impacto que Naomí recibía yo también lo sentía. Mi amiga salió de aquella horrible mansión, a la que no se le podía llamar hogar, me regaló una sonrisa que quizá se trataba de un gesto sincero, sin embargo, detrás de éste se ocultaban el llanto y el sufrimiento. Me dijo que tenía que despedirse porque había surgido más trabajo, me abrazó y me dio un beso para decirme adiós. Yo traté de hacerle creer, sin constancia de lograrlo, que no había visto nada y acepté sus palabras con una falsa y forzada calma: me preocupaba dejarla en manos de aquellas personas, pero también me asustaba que si llegaban a verla cerca de mí podrían volver a lastimarla. Lo único que podía hacer para protegerla era alejarme de ella.

Volví a casa más temprano de lo habitual sin poder retirar de mis pensamientos aquella escena que se había incrustado en lo más profundo de mi mente ¿Por qué maltrataban así a Naomí si su verdadera madre había confiado en ellos y además les había pagado una fuerte suma de dinero? ¿Cuánto tiempo llevaba ella sin aparecer en la vida de mi amiga? ¿Por qué razón no tuve el valor suficiente para protegerla cuando en el pasado ella si me protegió a mí?, ¿y cómo pudo sonreírme con sinceridad después de haber recibido semejante paliza?

No pude responder a ninguna de estas preguntas, las cuales me persiguieron por largas horas. Al final del día, sólo fui capaz de obtener estas certezas: si hubiera tenido el suficiente poder y la fuerza necesaria para defenderla sin duda lo habría hecho, e incluso hubiera sido capaz de llegar hasta las últimas consecuencias. Lo único que contemplaba con atención en aquellos oscuros instantes era el rostro de Naomí bañado en lágrimas... revivir una atmosfera espeluznante de tonos lúgubres y pesados; que devoraba vorazmente mi frágil integridad.

viernes, 8 de marzo de 2019

Capítulo Extra


Esto aconteció de forma previa a cuando Marius fue testigo de la verdad sobre su amiga, antes del final que hubo en el episodio 5.

-Marius –Naomí interrumpió mi trance, ella se encontraba tendida en el pasto con la cabeza apoyada sobre mi regazo mientras yo permanecía sentado sobre el pie del gran árbol. Era una tarde más en la pradera, resguardados bajo la sombra del viejo tilo que se había convertido en nuestro punto de encuentro. 

-Dime – dije mientras acariciaba su sedoso cabello.
-Después de que me explicaras lo sucedido con el polluelo te noto aun más desanimado, ¿todavía hay algo que deseas contarme? 
-Tal vez… –me tomó unos segundos responder y al hacerlo Naomí se reincorporo otorgándome un poco de espacio-, no estoy seguro.
-¿De qué se trata? –Naomí me tomó de las manos-. La verdad, me gustaría saber qué te produjo tanto rechazo la primera vez que me acerque a ti, ¿Acaso hice algo que te molestara?
 -No, por supuesto que no –sentí deseos de abrazarla, sin embargo, me conformé con observarla y sujetar un poco más fuerte sus manos. Después miré al suelo y suspiré, tenía que confesarle el porqué no confié en ella-: Tenía miedo de permitir que te acercaras, porque las personas siempre me han lastimado; la muerte de mi polluelo por culpa de aquellos chicos y la paliza que Hans me propinó aquel día..., situaciones como estas se han repetido a lo largo de mi existencia; estaba seguro de que volvería a ocurrir lo mismo contigo, creía que también buscabas lastimarme.
-Yo nunca te haría daño -su preocupación transmutó en tristeza-. ¿Quieres hablar acerca de todo esto? –Naomí se acercó y me abrazó-. Puedes hacerlo, yo permaneceré aquí para escucharte y darte mi apoyo.

Evoqué para ella mis primeros acercamientos con los otros niños del pueblo, mi voz se quebraba con facilidad al hacerlo:
Cuando yo tenía unos siete u ocho años de edad, instalaron un columpio en un árbol de gran tamaño ubicado en la plaza de nuestra localidad. Por días observé cómo todos jugaban en él, incluso los chicos que ya no eran tan pequeños lo usaron un par de veces, y por días mi deseos de hacer lo mismo que ellos no hicieron más que aumentar. Por fin, una mañana decidí despertar muy temprano para ir al columpio: sabía que a esas horas nadie estaría cerca de él, así que iba a poder jugar sin preocupaciones, en soledad. Comencé a balancearme con un poco de temor y poco a poco fui yendo más rápido; mientras mis oscilaciones me elevaban ligeramente del suelo y el viento matinal se deslizaba a través de mis mejillas. Fue entonces cuando un conjunto de chicos y chicas de diversas edades, algunos mayores que yo aparecieron frente a mí. Detuve mi leve vaivén y comenzaron a decirme que no tenía derecho de estar ahí. Alguien del grupo declaró que yo era un egoísta pues me había tomado la molestia de madrugar tan sólo para acaparar el columpio. Otro niño me reclamó que ni siquiera estaba usando el juego y mi única intención era incordiarlos. Estaba por negarlo todo pero una chica bastante alta se me acercó y tirando de mis ropas hizo que me pusiera de pie mientras me repetía que me largara; todos se unieron y empezaron a exigirme lo mismo. Yo me abrí paso entre ellos, pidiendo disculpas sin atreverme a mirar sus rostros, escuchando sus regaños en completa sumisión. Poco a poco, los leves empujones que me daban en los hombros fueron volviéndose más fuertes hasta que, por fin, trastabillé y caí al suelo, levantando una gran cortina de tierra. Me fui de ahí dolorido, con el rostro cubierto de suciedad y lágrimas y con un par de rodillas sangrantes, escuchando las risas de esos chicos como si fueran una despedida. Recuerdo que Hans se encontraba ahí y fue uno de los que empujó con más fuerza.

Después de esa y otras experiencias decidí no volver a acercarme al pueblo si no era verdaderamente necesario. La pradera se convirtió en mi basto y solitario patio de juegos. El aburrimiento fue mi único compañero durante largo tiempo hasta que un día se acercaron a mí un chico y una chica físicamente muy parecidos, de inmediato di por hecho que eran hermanos. Cuando me preguntaron si quería jugar con ellos a las escondidas me costó algo de trabajo darles un sí: estaba tan entusiasmado y nervioso de finalmente tener algo de compañía que por un momento creí estar soñando. Tras aceptar, ellos me pidieron que los siguiera a un sitio donde el juego sería más divertido; yo caminé sin siquiera preguntar a dónde nos dirigíamos.

Pensé en decirles a mis compañeros que diéramos media vuelta y regresáramos cuando me di cuenta de que nos adentrábamos en la espesura del bosque; sin embargo, el temor de no saber cómo reaccionarían ante mi sugerencia hizo que me contuviera, no me importaron las constantes advertencias de mi padre de no alejarme tanto de casa. Finalmente nos detuvimos en un pequeño claro y, sin ningún tipo de preámbulo, los hermanos decidieron que yo sería quien tenía que buscar; acerqué mi rostro a un árbol y comencé a contar para que ellos pudieran esconderse, simplemente buscaba ganarme su aceptación. Después de llegar al número treinta, justo como ellos me lo habían indicado, di media vuelta y abrí los ojos: lo nublado del cielo y la densidad de los árboles que me rodeaban hacían que el ambiente fuera extrañamente oscuro; incluso en el horizonte más distante, no veía nada más que vegetación; lo único que escuchaba era el sonido del viento moviendo las ramas. Entendí que había cometido un grave error y me encontraba en serios problemas cuando poco después de una hora seguía en el bosque, dando vuelta tras vuelta. A pesar de que los hermanos no me compartieron sus nombres grité un par de veces para tratar de llamar su atención, y luego decidí no hacer ni un solo ruido cuando unos lobos comenzaron a aullar en algún punto distante, en ese momento creí en todas las historias acerca de personas devoradas por estos animales. Cuando empezó a ponerse el sol rompí en llanto y corrí sin rumbo. Estaba seguro de que esos dos chicos sufrían igual que yo, así que mi sorpresa fue enorme, y mi alivio aún mayor, al encontrarlos en una zona donde el bosque ya no era tan espeso y a lo lejos podía verse la pradera. La chica me dijo que en las últimas dos horas me habían buscado, él chico me dijo que poco faltó para que fueran a pedir ayuda. La vergüenza que sentía no me permitió articular ni una palabra durante el camino de vuelta a nuestras casas. Sentía que lo había arruinado todo.  

Aun así, pocos días después de aquel suceso ellos volvieron a acercarse a mí. Nuevamente me pidieron que los siguiera sin decirme a dónde; nuevamente mi entusiasmo fue el suficiente como para obedecer sin hacer ni una pregunta. Toda la calma que sentía al darme cuenta de que no nos dirigíamos al bosque se esfumó cuando nos detuvimos y vi a aquella bestia: era un carnero grande con un pelaje blanco, maltratado y sucio; sus largos y gruesos cuernos te hacían sentir una necesidad constante de retroceder; una cuerda desgastada lo ataba a un árbol, y era su única contención.

Cuando mi pasmo menguó lo suficiente me percaté de que ambos arrojaban piedras a la imponente criatura y, entre risas, me repetían que yo también lo hiciera. Otra vez me invadió ese mal presentimiento del día anterior, pero ahora no tenía dudas de que estábamos haciendo algo incorrecto y, sobre todo, peligroso.

Justo cuando enfoqué mi vista directo en sus rostros para decirles que pararan, la chica gritó y mis débiles palabras no las pude escuchar ni siquiera yo; un instante después, ignorándome por completo, ellos me dieron la espalda y comenzaron a correr. Al volverme para mirar lo último que ellos habían visto sentí que mis piernas se volvieron pesadas y mi corazón se encogió: los enormes cuernos se acercaban directo a donde yo estaba, directo hacía mí para arrollarme. Al borde del colapso fui detrás de mis compañeros. 

-¡Ayúdenme a subir, por favor! –ellos eran mayores y más altos que yo; rápidamente llegaron a unos de los pocos árboles cercanos y treparon a sus ramas más altas. Debido a mi estatura y torpeza yo no era capaz de hacer lo mismo sin asistencia.

-¡Lo siento! –Me gritó el chico- ¡ya no hay lugar para uno más! Sigue corriendo así, no creo que te alcance –a pesar de mi pánico, sí que llegué a percibir que él se equivocaba: aunque angosto, el árbol tenía espacio suficiente para mí, y la bestia sin duda me alcanzaría.

Por mera suerte, después de dejar muy atrás a los chicos y con los cuernos de ese animal cada vez más cerca de mi espalda, llegué a una especie de almacén abandonado, parecido a una cabaña, en donde pude refugiarme. Tras largos minutos de embestir la puerta, la criatura se cansó de intentarlo y se marchó; lloré y temblé durante todo el proceso.

Permanecí ahí dentro por un tiempo más, mirando a través de la única ventana para estar bien seguro de que el peligro había pasado. De pronto, escuché pasos y dos voces provenientes del exterior; me alejé de la ventana y acerqué un oído a la pared opuesta para escuchar:

-¿Dónde estará ese tonto? –Dijo ella- ¿Crees que esa cosa se lo haya comido?
-Deja de decir tonterías. Esos animales no comen carne.
-Como sea, ¿cuánto daño crees que le habrá hecho si logró golpearlo con esos dos cuernos gigantes? –preguntó ella entusiasmada.
-Bastante –respondió él con el mismo tono-, ojalá lo hubiera alcanzado cuando nosotros estábamos viendo.
-¡Sí! Eso hubiera sido tan divertido, aunque igual fue divertido verlo correr tan asustado.
-A mí me gustó más verlo llorar, cuando lo dejamos en el bosque.
-¿Cuándo volvemos a la pradera para engañar a este tonto otra vez?
-Tan pronto tenga listo un nuevo plan –ambos rieron y se alejaron.

Con la mirada perdida, me senté en el suelo lentamente, apoyé mi frente sobre las rodillas y rompí en llanto de nuevo; lloré durante horas y como nunca lo había hecho, con total amargura, sin ningún consuelo.

-Ahora comprendo por qué me temías tanto –me dijo Naomí con una voz apenada después de escuchar cada una de mis palabras.
-¿Sabes? A veces vuelvo  a preguntarme por qué me detestaban y quizás lo veo un poco más claro, aunque en el fondo sigo creyendo que es muy injusto: quizá mi padre era cruel con las familias de esos niños y ellos tratasen de desquitarse conmigo, ¿recuerdas que te había dicho que él es uno de los terratenientes del pueblo?; puede que por ser adoptado todos me vieran como una especie de parásito. En ocasiones siento que incluso mí padre me ve de esa manera; tal vez les hice algo molesto sin ser consciente de ello o quizá mi aspecto físico sea la causa... dije sin poder evitar derramar algunas lágrimas.

-No es tu culpa –ella casi me interrumpió-. Yo tampoco puedo explicarme porqué todos los niños del pueblo te excluían, pero si fuera así, puedo decirte que no es por tu aspecto. Es una lástima que no sonrías con frecuencia, te ves esplendido cuando lo haces –reforzó su afirmación abrazándome con más firmeza- ¿Recuerdas cuando esa enorme mariposa se posó en mi nariz y yo me sorprendí y tú reíste? ¿Por qué no has vuelto a hacerlo?
- No lo sé… –imaginaba que sus cumplidos eran una mentira piadosa con la que buscaba subirme los ánimos.
-Lo digo de verdad, Marius, no sólo para hacerte sentir mejor –se puso de pie y me tendió la mano-. Vamos, levántate, te lo voy a demostrar.
-¿A dónde vamos? –le pregunté mientras aceptaba su ayuda para incorporarme.
-Al río –sonrió ampliamente.
-¿Al río? –Repetí confundido- ¿ Porque quieres ir hacia ese lugar?
-Vamos a mirar tu reflejo en el agua y voy a decirte todo lo que me gusta de ti. Sería más fácil con un espejo pero no creo que nos dejen entrar juntos a la mansión, ¿tú tienes espejos en la cabaña?
-Sólo uno, muy pequeño –dije sin entusiasmo-, pero no vale la pena ir por allí porque está en la habitación de mi padre y él siempre la cierra con llave antes de irse a trabajar. 
-¿¡Lo ves!? –Alzó sus manos e hizo un exagerado y cautivador gesto con sus cejas- ¿Cómo puedes decir que no eres adorable si no tienes espejos? Ven, vamos –me tomó de la mano, sus palmas eran finas y cálidas, y comenzamos a correr, había ido a aquel lugar muchas veces, mas nunca junto a ella.

Conforme nos acercábamos al río notaba a mi amiga más ansiosa. Nunca dejó de sonreírme cuando nuestras miradas se encontraban, aunque cada vez parecía costarle un poco más hacerlo; pensé que sólo era mi imaginación. Al llegar me acerqué a la orilla y ella se quedó atrás. Me volví para observarla y estaba temblando, al borde del llanto. Volví a su lado casi saltando para sujetarla y preguntarle lo que sucedía. Naomí se limpió las pocas lágrimas que no pudo contener y, otra vez sonriendo, me hizo saber que simplemente estaba tratando de vencer uno de sus más grandes miedos:

Durante su infancia, en la época en la que aún vivía con su verdadera familia, Naomí estuvo a punto de morir ahogada al jugar en la orilla de un lago y caer a éste.

-¿Por qué no me dijiste que tenías miedo? ¿Por qué sugeriste que viniéramos al río si tanto te aterra acercarte a la orilla? –la cuestioné, sintiéndome tremendamente culpable. 
 -Yo sólo quería ayudarte, Marius, demostrarte que te equivocas al pensar que eres poco agraciado, y mucho menos que todo el mundo te odie por ello –su voz se quebraba, las lágrimas volvían a fluir.

-Si para demostrármelo tienes que sufrir como lo estás haciendo ahora, entonces no me interesa –jamás había hablado con tanta sinceridad, contuve el aliento y seguí-: Ahora que tú eres mi amiga no me importa si el mundo entero me aborrece sea por la razón que sea –aparté la mirada para poder hacerle una pregunta que desde hace tiempo me hacía todas las noches antes de dormir-.Porque nosotros somos eso ¿verdad?, somos amigos – dije sin poder evitar tartamudear asustado, nervioso e inseguro, al borde del llanto...

Al sentir su mano sobre la mía una sensación eléctrica me recorrió de pies a cabeza, y ésta se amplificó  cuando escuché su respuesta, una respuesta afirmativa.  Durante años estuve cuestionándome porque razón los demás disponían de esa facilidad para hallar y formar amistades; como si fuese un simple juego, algo intrínseco y momentáneo... Incluso como personas que consideraba retorcidas e ingratas lograban fraternizar y crear vínculos; sin pedirlo o buscarlo recibían toda la estima, atención y admiración del resto... Mientras yo, ni con mis mejores intenciones: tratando de ser amable y evitando causar molestias... era rechazado, degradado en algo indeseable y repulsivo al igual que un juguete roto, inservible y estropeado... Pero ahora de vuelta al presente parecía ser todo distinto... Ella era mi primera amistad, y también la única persona que necesitaba para dejar de ser infeliz.

-¿Nos vamos de aquí?–le dije al volver a dirigirme hacia mi amiga- ¿regresamos al árbol? –faltaba poco para que el Sol se pusiera y nosotros nos despidiéramos.

-Quiero ponerme de pie en la orilla del río para mostrarte tu belleza exterior y para que me ayudes a vencer este miedo. No dejes de sujetar mi mano en ningún momento, por favor, sujétala con fuerza –lo dijo con tanta decisión que sólo pude asentir.

El agua nos regaló un reflejo impecable de nosotros mismos. Verme tan próximo a Naomí me hizo pensar que estaba soñando y en cualquier momento despertaría, sin embargo, ella temblaba de temor y tal acción me convencía de que todo era real.

-Observa tu cabello –con la mano que tenía libre, mi amiga fue señalando las distintas partes de mi rostro- brilla más que el mío y es suave –me di cuenta de que empezaba a ruborizarme, ella no pareció darle importancia-. Observa tus ojos. Me gustan porque son muy sinceros, siempre que los veo puedo saber exactamente cómo te sientes, además su color es muy bonito, verde como una frondosa pradera bañada por la luz matinal –hasta entonces había pensado que mi mirada era fría, todo lo contrario a la suya, tan expresiva y cálida-. Ahora observa tus mejillas, es lo más lindo de tu cara –acercó su mejilla a la mía y una vez que hicimos contacto movió su cuello para hacerme una caricia, su piel suave y la inesperada proximidad me hicieron sentir un cosquilleo en el rostro que hasta ese entonces desconocía. Comencé a sonreír casi al instante y mi amiga también lo hizo. Ella era como un ángel, lucía bella en todo momento; yo seguía considerando que mi apariencia era más un defecto que una virtud, pero luego de ese día sonreír fue volviéndose más sencillo y cada vez lo hacía con mayor frecuencia.

De pronto, me percaté de que mi amiga había dejado de temblar…

jueves, 7 de marzo de 2019

Capítulo 6


Era tan doloroso: cada golpe, cada herida y cada lesión que observaba, todas las marcas que el castigo había dejado en el cuerpo y rostro de Naomí. Fue difícil de asimilar el contemplar a mi amiga tan lastimada, tan dañada; no podía creer que una persona tan pura y noble como ella despertara arranques de ira y violencia en otros. Sin embargo, esta era la verdad: aquella mujer, su propia madrastra, era lo suficientemente desalmada como para ser capaz de agredir a Naomí, de las formas más brutales y salvajes.

Al día siguiente, mi amiga y yo volvimos a encontrarnos y me fue imposible no prestar atención a todos los arañazos que el cruel castigo había dejado en su piel. Traté de ignorar todo lo sucedido en el día anterior para así poder disfrutar del tiempo a su lado, tal y como siempre lo habíamos hecho hasta ahora, pero fui incapaz: la angustia, las dudas y la preocupación ya habían echado raíces en el suelo de mi mente y no me dejarían en paz. Al final, sólo pude mitigar estas emociones cuando me atreví a preguntarle a Naomí sobre las causas de todos sus golpes. Deseaba tanto que me confesara la verdad...

Sin embargo, no lo hizo. Me dijo que no debía prestar atención a sus hematomas y a sus heridas, ya que no eran más que una molesta consecuencia de su trabajo, de su torpeza... al conocer bien la verdad no pude evitar experimentar cierta inquietud, yo sabía que no estaba siendo sincera conmigo y por un instante temí al imaginar que ella no confiara plenamente en mí como yo lo hacía; no obstante trate de ignorar esta corazonada y pensar que no deseaba hacerme sentir mal confesándome sus problemas.

Al llegar la noche nos separamos: yo me despedí de mi amiga con un largo abrazo y un beso en la mejilla. 
Caminando a casa recordaba aquellas cosas que Naomí sí me había confesado sobre la gente de la mansión: sus hermanastras se burlaban constantemente de ella y Hans frecuentemente buscaba maneras para molestarla, formas de hacer su vida aún más difícil; sus padrastros la obligaban a vestir siempre la misma ropa desgastada y sólo le permitían dormir en los establos de la mansión. Ella descansaba sobre el suelo y la paja, nunca en la comodidad de una cama. Pero a pesar de todos estos maltratos, aun con estas claras muestras de desprecio, mi amiga me dijo que apreciaba a las personas con las que convivía cada día, sentía estima y cariño hacia su falsa familia. Para mí, ese afecto era simplemente incomprensible, ¿cómo puedes tolerar a aquéllos que son crueles y viles contigo? Sin duda, al igual que muchos, yo les hubiera pagado con odio todas y cada una de sus ofensas. Una vez más Naomí me mostraba sentimientos más elevados, desinteresados y afables que los del resto del mundo.

Al llegar a la cabaña me encontré con mi padrastro, que recién regresaba de su trabajo en el campo y que, fiel siempre a su rutina, comenzaba a preparar la cena. Normalmente entre nosotros no existía ningún tipo de interacción, mas esa noche me atreví a preguntarle acerca del hombre de la mansión al que yo había entregado una carta tiempo atrás. De inmediato un mal semblante se dibujo en su rostro y con un tono autoritario me comunicó, casi en forma de advertencia, que aquella persona no debía de despertar ningún interés en mí; sin embargo, segundos después, como olvidando lo que me había dicho, cambió de parecer y me explicó las cosas: ellos se conocieron cuando eran jóvenes, ambos habían participado en una guerra que se dio antes de que yo naciera; lleno de un amargo rencor, mi padre me hizo saber que ese hombre no fue un gran soldado como muchos aseguraban sino que sólo fue un gran cobarde que de una forma u otra, principalmente por medios deshonestos, logró ascender numerosos rangos militares durante el desarrollo del conflicto y cuando éste terminó obtuvo mucha fama y fortuna como recompensa por su supuesta heroica labor. Finalmente, me contó que años más tarde se casó con su actual mujer y del matrimonio surgieron tres hijos: Hans y las dos niñas, y que con todos ellos también vivía otra chica quien les servía de criada, claramente se estaba refiriendo a Naomí.

En ese momento interrumpí sus palabras y le hice una nueva pregunta: quería saber por cuánto tiempo había vivido esa niña junto a la familia de la mansión. A mi padrastro no parecieron importarle demasiado los motivos ni la naturaleza de mi cuestionamiento y sin mayor reparo se limitó a darme una respuesta rápida: me dijo que, desde su punto de vista, esa chica tenía alrededor de seis u ocho años viviendo y sirviendo en aquel lugar. La respuesta me sorprendió, pues por todo un lustro Naomí había aguardado, llena de esperanza, por el retorno de su madre mientras sufría los maltratos de aquellas personas.

Me costó cierto trabajo conciliar el sueño esa noche y recostado en mi cama asimilaba toda la información que había obtenido. Cuando mi amiga tenía tan sólo cinco años de edad se separó de su progenitora, ahora tenía doce; siete años eran suficientes para obtener trabajo y cierta estabilidad… Aunque no deseaba escucharlos mis pensamientos me decían que posiblemente la auténtica madre había decidido abandonar a su hija, y la promesa de volver a por ella en el futuro quizás no fue más que una mentira. Naomí creía con todo su corazón que algún día volvería a ver a la mujer que le había dado la vida.

Me sentía inútil, ya que ella hacía tantas cosas por mí y yo no podía hacer nada por ella. No era capaz de mostrarle lo que seguramente era la triste realidad: no quería lastimarla, sin embargo, ¿era correcto dejar que viviera engañada?

Capítulo 7


Los días se convirtieron en semanas y las semanas se agruparon en meses; el verano se marchó y cedió su lugar al otoño. Durante esta época del año mi amiga y yo pudimos seguir juntos: jugábamos, observábamos el cambio de la naturaleza producido por los nuevos vientos estacionales e incluso algunas veces compartíamos gestos de afecto y caricias; siempre me vi ajeno al calor y al aprecio de otra persona, pues por mucho tiempo estuve hundido en una soledad que creía perpetua, pero cuando Naomí llegó a mi vida poco a poco abandoné todas las ideas pesimistas que se habían engendrado en mi mente a lo largo de los años. Nuestra relación comenzaba a hacerse cada vez más sólida, más profunda.

Septiembre dio paso a octubre y a los veintidós días de aquel mes, la fecha de mi aniversario se hizo presente. Yo nunca había celebrado ninguno de mis cumpleaños; tal vez porque nunca hubo gente a mi alrededor con la cual festejar. Aquella sería la primera ocasión. 
El día transcurrió de forma común y cotidiana, mas al encontrarme con Naomí me di cuenta de que ella tenía preparado algo especial para mí: no sé cómo logró recordarlo, ya que sólo un par de veces, desde hacía ya un tiempo considerable, se lo mencioné. Tampoco sabía de qué forma reaccionar, me sentía asombrado y confundido por igual. Finalmente, no hice más que aceptar el gran y efusivo abrazo de Naomí, sonriendo con sinceridad al escuchar sus felicitaciones por cumplir doce años de edad. Recuerdo que me obsequió con su hermosa voz cuando me cantó una melodía que hoy yace difusa y dispersa en los confines de mis memorias.

Al hacerse tarde y ponerse el Sol nuestra pequeña celebración llegó a su fin. Antes de decirnos adiós Naomí tomó mi brazo y me dio un regalo: algo muy valioso para ella y que a partir de ese día también lo sería para mí. Mi amiga solía usar un brazalete de color azul ornamentado con piedras preciosas, oculto siempre bajo las mangas de su vestido; me lo entregó y me dijo que ahora me pertenecía, era un presente que me daba por lo mucho que me quería y por ser una persona especial y muy importante en su vida. También me confesó que esta era una posesión muy atesorada, ya que fue lo único que su madre le dejó cuando se marchó. Sonrojado por lo cumplidos, yo le agradecí enormemente y besé una de sus suaves mejillas, coloqué el brazalete en mi muñeca y me despedí. Al principio dudé en aceptar el obsequio de Naomí, pues me causaba un poco de lástima y remordimiento saber que por mi causa se estaba desprendiendo de un recuerdo, sin embargo, decidí recibirlo porque sabía que mi amiga me había dado aquel objeto con toda la voluntad de su ser.

Al día siguiente, como ya era costumbre, me dirigí a la pradera para encontrarme con Naomí, aún me sentía feliz por la grata sorpresa de ayer.
Una vez juntos partimos hacia el pozo, nuevamente le ayudé con su trabajo y en poco tiempo llegamos a su hogar con toda el agua que sus padrastros le habían ordenado llevar. Ella entró a la mansión y me dijo que esperara a su regreso; desde aquella vez en la que vi a mi amiga siendo golpeada por su madrastra yo ya no podía estar en paz si no me escabullía para ver lo que ocurría detrás de aquellas altas paredes. Normalmente no sucedía nada verdaderamente preocupante... pero todo sería diferente en esta ocasión, ya que era casi como una retorcida ley que, en este mundo, las pequeñas cosas buenas fueran rápidamente eclipsadas por aplastantes y enormes cosas malas. Cuando perdí de vista a Naomí decidí agazaparme e ir a echar un vistazo: logré apreciar que su hermanastro, Hans, salía de la mansión con prisas. Al encontrarse con mi amiga, él la empujó fuertemente con la única intención de apartarla de su camino y lastimarla. Ella no resistió y su cuerpo cayó y se impactó contra el suelo; el cubo de madera se partió en pedazos y derramó todo su contenido.

Otra chica que se encontraba presente en la escena terminó toda empapada a causa del desastre: se trataba de Vanesa, una de las hijas legítimas de la familia y una de las hermanastras de mi amiga. Naomí se puso de pie, intentó remediar todo el desorden y pidió disculpas; Vanesa rechazó tajantemente sus palabras y comenzó a llorar de una manera tan falsa como malintencionada. Finalmente, la situación se tornó macabra cuando, instantes después, la madre de Hans y de aquella niña intervino: la mujer dio una fuerte bofetada al rostro de mi amiga para derribarla de nueva cuenta, empezó a insultarla llamándola inútil y para continuar con el castigo físico la golpeó usando una escoba.

Ahora que la tortura se repetía frente a mi perpleja mirada una vez más, ya no podía tan sólo observarla paralizado y temblando de miedo: tenía que actuar, pues estaba harto de los constantes maltratos que Naomí padecía. Reuní el poco valor que poseía y luchando contra el nudo que se formó en mi garganta pedí atemorizado que la dejaran en paz. Le expliqué a la madrastra de mi amiga todo lo que había sucedido y le dije que el culpable de todo esto era su hijo. La mujer escuchó mi reclamo y sin dar demasiada importancia a mi versión de los hechos preguntó por qué estaba dentro de su hogar y quién era yo. Hans y Vanesa se adelantaron a mis intenciones dando respuesta a los cuestionamientos de su madre: le confesaron todo lo que sabían acerca de mí y aprovecharon la oportunidad para ofenderme tanto como les fue posible. Cuando ella logró reconocerme tomó con fuerza el brazo de mi amiga y comenzó a sacudirla con violencia. Me dijo que Naomí no era más que una interesada y que a partir de ahora, por mi causa, se encargaría de que jamás volviera a poner un pie fuera de la mansión.

Las palabras de esa mujer hicieron crecer aún más mi coraje y tratando de ignorar el temor inicial decidí ignorar todos los signos de mi cuerpo que me imploraban la huida, alce mi voz a la madrastra de mi amiga y le dije que era una gran mentirosa. Ella me respondió con la misma intensidad alegando que todo lo que había dicho era verdad, pues era imposible que una persona como Naomí se acercara a alguien tan vulgar como yo sólo por mera amistad. Obviamente solo estuvo jugando conmigo...

Con la sangre de mis venas ardiendo y sintiendo mayores deseos de proteger a mi amiga; encamine mis pasos hacia su ubicación con la idea de confrontarlos... pero tras acercarme y ver como Naomí sollozaba desconsoladamente por mi gesto una fuerte descarga de malestar, confusión y pesadumbre frenaron en seco mi ímpetu; y tan pronto restaure la compostura maldije mi acción pensando en las devastadoras consecuencias que provocaría esta impulsiva y fugaz intromisión.

Caminé a casa, completamente abatido, decepcionado y sintiéndome absurdo: por mi culpa todo se había vuelto mucho más oscuro y difícil para Naomí; probablemente las golpizas serían mucho más brutales a partir de aquel momento y la poca libertad que ella poseía se había esfumado, ahora ya no vería el mundo más allá de los muros de esa mansión. Experimentaba un gran arrepentimiento por todos los problemas que causé.

Di un rodeo en mi camino a casa para cavilar acerca de lo que había pasado, y al llegar a la cabaña mi padre me recibió con una fuerte bofetada, que retumbó por mucho tiempo dentro de mi cabeza, me dijo que estaba enterado de todo lo sucedido y de mi amistad con aquella chica; me encerró en mi habitación sin derecho a comida y me advirtió que si volvía a acercarme a cualquiera de esas personas, incluyendo a Naomí, me echaría de la casa y me abandonaría a mi propia suerte.

Esa noche no concilié sueño alguno, mis ojos derramaron lágrimas incesantemente y no hubo momento para el descanso. Lloré demasiado y mi llanto se combinaba con una furia implacable conmigo mismo y con el corrupto mundo que me rodeaba, era una ira tan abrasiva que incineraba todo lo bueno que albergaba en mi interior. La alegría del día de ayer se sentía lejana, increíblemente lejana. Nuestros recuerdos ahora se veían difusos, distantes, y nuestros lazos no eran tan fuertes como alguna vez lo creí. Nos habían separado... quizá para siempre. Nunca experimenté tantas emociones destructivas juntas como en aquella ocasión, y éstas creaban un cúmulo de absoluta negrura en el cual yo me hundía cada vez más. Ahora, sólo podía hallar un ínfimo atisbo de consuelo en el brazalete que Naomí me había regalado: era lo único que me unía a ella; lo tomaba con mis dos manos y me aferraba a él con mucha fuerza, casi como si mi vida dependiera de ello...