Esto
aconteció de forma previa a cuando Marius fue testigo de la verdad sobre su
amiga, antes del final que hubo en el episodio 5.
-Marius
–Naomí interrumpió mi trance, ella se encontraba tendida en el pasto con la
cabeza apoyada sobre mi regazo mientras yo permanecía sentado sobre el pie del
gran árbol. Era una tarde más en la pradera, resguardados bajo la sombra del viejo
tilo que se había convertido en nuestro punto de encuentro.
-Dime
– dije mientras acariciaba su sedoso cabello.
-Después
de que me explicaras lo sucedido con el polluelo te noto aun más desanimado,
¿todavía hay algo que deseas contarme?
-Tal
vez… –me tomó unos segundos responder y al hacerlo Naomí se reincorporo
otorgándome un poco de espacio-, no estoy seguro.
-¿De
qué se trata? –Naomí me tomó de las manos-. La verdad, me gustaría saber qué te
produjo tanto rechazo la primera vez que me acerque a ti, ¿Acaso hice algo que
te molestara?
-No,
por supuesto que no –sentí deseos de abrazarla, sin embargo, me conformé con
observarla y sujetar un poco más fuerte sus manos. Después miré al suelo y
suspiré, tenía que confesarle el porqué no confié en ella-: Tenía miedo
de permitir que te acercaras, porque las personas siempre me han lastimado; la
muerte de mi polluelo por culpa de aquellos chicos y la paliza que Hans me
propinó aquel día..., situaciones como estas se han repetido a lo largo de mi
existencia; estaba seguro de que volvería a ocurrir lo mismo contigo, creía que
también buscabas lastimarme.
-Yo
nunca te haría daño -su preocupación transmutó en tristeza-. ¿Quieres hablar
acerca de todo esto? –Naomí se acercó y me abrazó-. Puedes hacerlo, yo permaneceré
aquí para escucharte y darte mi apoyo.
Evoqué
para ella mis primeros acercamientos con los otros niños del pueblo, mi voz se
quebraba con facilidad al hacerlo:
Cuando
yo tenía unos siete u ocho años de edad, instalaron un columpio en un árbol de
gran tamaño ubicado en la plaza de nuestra localidad. Por días observé cómo
todos jugaban en él, incluso los chicos que ya no eran tan pequeños lo usaron
un par de veces, y por días mi deseos de hacer lo mismo que ellos no hicieron
más que aumentar. Por fin, una mañana decidí despertar muy temprano para ir al
columpio: sabía que a esas horas nadie estaría cerca de él, así que iba a poder
jugar sin preocupaciones, en soledad. Comencé a balancearme con un poco de
temor y poco a poco fui yendo más rápido; mientras mis oscilaciones me elevaban
ligeramente del suelo y el viento matinal se deslizaba a través de mis
mejillas. Fue entonces cuando un conjunto de chicos y chicas de diversas edades,
algunos mayores que yo aparecieron frente a mí. Detuve mi leve vaivén y
comenzaron a decirme que no tenía derecho de estar ahí. Alguien del grupo
declaró que yo era un egoísta pues me había tomado la molestia de madrugar tan
sólo para acaparar el columpio. Otro niño me reclamó que ni siquiera estaba
usando el juego y mi única intención era incordiarlos. Estaba por negarlo todo
pero una chica bastante alta se me acercó y tirando de mis ropas hizo que me
pusiera de pie mientras me repetía que me largara; todos se unieron y empezaron
a exigirme lo mismo. Yo me abrí paso entre ellos, pidiendo disculpas sin
atreverme a mirar sus rostros, escuchando sus regaños en completa sumisión.
Poco a poco, los leves empujones que me daban en los hombros fueron volviéndose
más fuertes hasta que, por fin, trastabillé y caí al suelo, levantando una gran
cortina de tierra. Me fui de ahí dolorido, con el rostro cubierto de suciedad y
lágrimas y con un par de rodillas sangrantes, escuchando las risas de esos
chicos como si fueran una despedida. Recuerdo que Hans se encontraba ahí y fue
uno de los que empujó con más fuerza.
Después
de esa y otras experiencias decidí
no volver a acercarme al pueblo si no era verdaderamente necesario. La pradera
se convirtió en mi basto y solitario patio de juegos. El aburrimiento fue mi
único compañero durante largo tiempo hasta que un día se acercaron a mí un
chico y una chica físicamente muy parecidos, de inmediato di por hecho que eran
hermanos. Cuando me preguntaron si quería jugar con ellos a las escondidas me
costó algo de trabajo darles un sí: estaba tan entusiasmado y nervioso de
finalmente tener algo de compañía que por un momento creí estar soñando. Tras
aceptar, ellos me pidieron que los siguiera a un sitio donde el juego sería más
divertido; yo caminé sin siquiera preguntar a dónde nos dirigíamos.
Pensé
en decirles a mis compañeros que diéramos media vuelta y regresáramos cuando me
di cuenta de que nos adentrábamos en la espesura del bosque; sin embargo, el
temor de no saber cómo reaccionarían ante mi sugerencia hizo que me contuviera,
no me importaron las constantes advertencias de mi padre de no alejarme tanto
de casa. Finalmente nos detuvimos en un pequeño claro y, sin ningún tipo de
preámbulo, los hermanos decidieron que yo sería quien tenía que buscar; acerqué
mi rostro a un árbol y comencé a contar para que ellos pudieran esconderse,
simplemente buscaba ganarme su aceptación. Después de llegar al número treinta,
justo como ellos me lo habían indicado, di media vuelta y abrí los ojos: lo
nublado del cielo y la densidad de los árboles que me rodeaban hacían que el
ambiente fuera extrañamente oscuro; incluso en el horizonte más distante, no
veía nada más que vegetación; lo único que escuchaba era el sonido del viento
moviendo las ramas. Entendí que había cometido un grave error y me encontraba
en serios problemas cuando poco después de una hora seguía en el bosque, dando
vuelta tras vuelta. A pesar de que los hermanos no me compartieron sus nombres
grité un par de veces para tratar de llamar su atención, y luego decidí no
hacer ni un solo ruido cuando unos lobos comenzaron a aullar en algún punto
distante, en ese momento creí en todas las historias acerca de personas
devoradas por estos animales. Cuando empezó a ponerse el sol rompí en llanto y
corrí sin rumbo. Estaba seguro de que esos dos chicos sufrían igual que yo, así
que mi sorpresa fue enorme, y mi alivio aún mayor, al encontrarlos en una zona
donde el bosque ya no era tan espeso y a lo lejos podía verse la pradera. La chica
me dijo que en las últimas dos horas me habían buscado, él chico me dijo que
poco faltó para que fueran a pedir ayuda. La vergüenza que sentía no me
permitió articular ni una palabra durante el camino de vuelta a nuestras casas.
Sentía que lo había arruinado todo.
Aun
así, pocos días después de aquel suceso ellos volvieron a acercarse a mí.
Nuevamente me pidieron que los siguiera sin decirme a dónde; nuevamente mi
entusiasmo fue el suficiente como para obedecer sin hacer ni una pregunta. Toda
la calma que sentía al darme cuenta de que no nos dirigíamos al bosque se
esfumó cuando nos detuvimos y vi a aquella bestia: era un carnero grande con un
pelaje blanco, maltratado y sucio; sus largos y gruesos cuernos te hacían
sentir una necesidad constante de retroceder; una cuerda desgastada lo ataba a
un árbol, y era su única contención.
Cuando
mi pasmo menguó lo suficiente me percaté de que ambos arrojaban piedras a la
imponente criatura y, entre risas, me repetían que yo también lo hiciera. Otra
vez me invadió ese mal presentimiento del día anterior, pero ahora no tenía
dudas de que estábamos haciendo algo incorrecto y, sobre todo, peligroso.
Justo
cuando enfoqué mi vista directo en sus rostros para decirles que pararan, la
chica gritó y mis débiles palabras no las pude escuchar ni siquiera yo; un
instante después, ignorándome por completo, ellos me dieron la espalda y
comenzaron a correr. Al volverme para mirar lo último que ellos habían visto
sentí que mis piernas se volvieron pesadas y mi corazón se encogió: los enormes
cuernos se acercaban directo a donde yo estaba, directo hacía mí para
arrollarme. Al borde del colapso fui detrás de mis compañeros.
-¡Ayúdenme
a subir, por favor! –ellos eran mayores y más altos que yo; rápidamente
llegaron a unos de los pocos árboles cercanos y treparon a sus ramas más altas.
Debido a mi estatura y torpeza yo no era capaz de hacer lo mismo sin
asistencia.
-¡Lo
siento! –Me gritó el chico- ¡ya no hay lugar para uno más! Sigue corriendo así,
no creo que te alcance –a pesar de mi pánico, sí que llegué a percibir que él
se equivocaba: aunque angosto, el árbol tenía espacio suficiente para mí, y la
bestia sin duda me alcanzaría.
Por
mera suerte, después de dejar muy atrás a los chicos y con los cuernos de ese
animal cada vez más cerca de mi espalda, llegué a una especie de almacén
abandonado, parecido a una cabaña, en donde pude refugiarme. Tras largos
minutos de embestir la puerta, la criatura se cansó de intentarlo y se marchó;
lloré y temblé durante todo el proceso.
Permanecí
ahí dentro por un tiempo más, mirando a través de la única ventana para estar
bien seguro de que el peligro había pasado. De pronto, escuché pasos y dos
voces provenientes del exterior; me alejé de la ventana y acerqué un oído a la
pared opuesta para escuchar:
-¿Dónde
estará ese tonto? –Dijo ella- ¿Crees que esa cosa se lo haya comido?
-Deja
de decir tonterías. Esos animales no comen carne.
-Como
sea, ¿cuánto daño crees que le habrá hecho si logró golpearlo con esos dos
cuernos gigantes? –preguntó ella entusiasmada.
-Bastante
–respondió él con el mismo tono-, ojalá lo hubiera alcanzado cuando nosotros
estábamos viendo.
-¡Sí!
Eso hubiera sido tan divertido, aunque igual fue divertido verlo correr tan
asustado.
-A mí
me gustó más verlo llorar, cuando lo dejamos en el bosque.
-¿Cuándo
volvemos a la pradera para engañar a este tonto otra vez?
-Tan
pronto tenga listo un nuevo plan –ambos rieron y se alejaron.
Con la
mirada perdida, me senté en el suelo lentamente, apoyé mi frente sobre las
rodillas y rompí en llanto de nuevo; lloré durante horas y como nunca lo había
hecho, con total amargura, sin ningún consuelo.
-Ahora
comprendo por qué me temías tanto –me dijo Naomí con una voz apenada después de
escuchar cada una de mis palabras.
-¿Sabes?
A veces vuelvo a preguntarme por qué me detestaban y quizás lo veo un
poco más claro, aunque en el fondo sigo creyendo que es muy injusto: quizá mi
padre era cruel con las familias de esos niños y ellos tratasen de desquitarse conmigo,
¿recuerdas que te había dicho que él es uno de los terratenientes del pueblo?;
puede que por ser adoptado todos me vieran como una especie de parásito. En
ocasiones siento que incluso mí padre me ve de esa manera; tal vez les hice
algo molesto sin ser consciente de ello o quizá mi aspecto físico sea la causa...
dije sin poder evitar derramar algunas lágrimas.
-No es
tu culpa –ella casi me interrumpió-. Yo tampoco puedo explicarme porqué todos
los niños del pueblo te excluían, pero si fuera así, puedo decirte que no es
por tu aspecto. Es una lástima que no sonrías con frecuencia, te ves esplendido
cuando lo haces –reforzó su afirmación abrazándome con más firmeza- ¿Recuerdas
cuando esa enorme mariposa se posó en mi nariz y yo me sorprendí y tú reíste?
¿Por qué no has vuelto a hacerlo?
- No lo
sé… –imaginaba que sus cumplidos eran una mentira piadosa con la que buscaba
subirme los ánimos.
-Lo
digo de verdad, Marius, no sólo para hacerte sentir mejor –se puso de pie y me
tendió la mano-. Vamos, levántate, te lo voy a demostrar.
-¿A
dónde vamos? –le pregunté mientras aceptaba su ayuda para incorporarme.
-Al
río –sonrió ampliamente.
-¿Al
río? –Repetí confundido- ¿ Porque quieres ir hacia ese lugar?
-Vamos
a mirar tu reflejo en el agua y voy a decirte todo lo que me gusta de ti. Sería
más fácil con un espejo pero no creo que nos dejen entrar juntos a la mansión,
¿tú tienes espejos en la cabaña?
-Sólo
uno, muy pequeño –dije sin entusiasmo-, pero no vale la pena ir por allí porque
está en la habitación de mi padre y él siempre la cierra con llave antes de
irse a trabajar.
-¿¡Lo
ves!? –Alzó sus manos e hizo un exagerado y cautivador gesto con sus cejas-
¿Cómo puedes decir que no eres adorable si no tienes espejos? Ven, vamos –me
tomó de la mano, sus palmas eran finas y cálidas, y comenzamos a correr, había
ido a aquel lugar muchas veces, mas nunca junto a ella.
Conforme
nos acercábamos al río notaba a mi amiga más ansiosa. Nunca dejó de sonreírme
cuando nuestras miradas se encontraban, aunque cada vez parecía costarle un
poco más hacerlo; pensé que sólo era mi imaginación. Al llegar me acerqué a la
orilla y ella se quedó atrás. Me volví para observarla y estaba temblando, al
borde del llanto. Volví a su lado casi saltando para sujetarla y preguntarle lo
que sucedía. Naomí se limpió las pocas lágrimas que no pudo contener y, otra
vez sonriendo, me hizo saber que simplemente estaba tratando de vencer uno de
sus más grandes miedos:
Durante
su infancia, en la época en la que aún vivía con su verdadera familia, Naomí
estuvo a punto de morir ahogada al jugar en la orilla de un lago y caer a éste.
-¿Por
qué no me dijiste que tenías miedo? ¿Por qué sugeriste que viniéramos al río si
tanto te aterra acercarte a la orilla? –la cuestioné, sintiéndome tremendamente
culpable.
-Yo
sólo quería ayudarte, Marius, demostrarte que te equivocas al pensar que eres
poco agraciado, y mucho menos que todo el mundo te odie por ello –su voz se
quebraba, las lágrimas volvían a fluir.
-Si
para demostrármelo tienes que sufrir como lo estás haciendo ahora, entonces no
me interesa –jamás había hablado con tanta sinceridad, contuve el aliento y
seguí-: Ahora que tú eres mi amiga no me importa si el mundo entero me aborrece
sea por la razón que sea –aparté la mirada para poder hacerle una pregunta que
desde hace tiempo me hacía todas las noches antes de dormir-.Porque nosotros
somos eso ¿verdad?, somos amigos – dije sin poder evitar tartamudear asustado, nervioso
e inseguro, al borde del llanto...
Al
sentir su mano sobre la mía una sensación eléctrica me recorrió de pies a
cabeza, y ésta se amplificó cuando escuché su respuesta, una respuesta
afirmativa. Durante años estuve cuestionándome porque razón los
demás disponían de esa facilidad para hallar y formar amistades; como si fuese
un simple juego, algo intrínseco y momentáneo... Incluso como personas que
consideraba retorcidas e ingratas lograban fraternizar y crear vínculos; sin
pedirlo o buscarlo recibían toda la estima, atención y admiración del resto...
Mientras yo, ni con mis mejores intenciones: tratando de ser amable y evitando
causar molestias... era rechazado, degradado en algo indeseable y repulsivo al
igual que un juguete roto, inservible y estropeado... Pero ahora de vuelta al
presente parecía ser todo distinto... Ella era mi primera amistad, y también la
única persona que necesitaba para dejar de ser infeliz.
-¿Nos
vamos de aquí?–le dije al volver a dirigirme hacia mi amiga- ¿regresamos al
árbol? –faltaba poco para que el Sol se pusiera y nosotros nos despidiéramos.
-Quiero
ponerme de pie en la orilla del río para mostrarte tu belleza exterior y para
que me ayudes a vencer este miedo. No dejes de sujetar mi mano en ningún
momento, por favor, sujétala con fuerza –lo dijo con tanta decisión que sólo
pude asentir.
El
agua nos regaló un reflejo impecable de nosotros mismos. Verme tan próximo a
Naomí me hizo pensar que estaba soñando y en cualquier momento despertaría, sin
embargo, ella temblaba de temor y tal acción me convencía de que todo era real.
-Observa
tu cabello –con la mano que tenía libre, mi amiga fue señalando las distintas
partes de mi rostro- brilla más que el mío y es suave –me di cuenta de que
empezaba a ruborizarme, ella no pareció darle importancia-. Observa tus ojos.
Me gustan porque son muy sinceros, siempre que los veo puedo saber exactamente
cómo te sientes, además su color es muy bonito, verde como una frondosa pradera
bañada por la luz matinal –hasta entonces había pensado que mi mirada era fría,
todo lo contrario a la suya, tan expresiva y cálida-. Ahora observa tus
mejillas, es lo más lindo de tu cara –acercó su mejilla a la mía y una vez que
hicimos contacto movió su cuello para hacerme una caricia, su piel suave y la
inesperada proximidad me hicieron sentir un cosquilleo en el rostro que hasta
ese entonces desconocía. Comencé a sonreír casi al instante y mi amiga
también lo hizo. Ella era como un ángel, lucía bella en todo momento; yo seguía
considerando que mi apariencia era más un defecto que una virtud, pero luego de
ese día sonreír fue volviéndose más sencillo y cada vez lo hacía con mayor
frecuencia.
De
pronto, me percaté de que mi amiga había dejado de temblar…