domingo, 10 de marzo de 2019

Capítulo 4


Las gotas de agua se detuvieron por un instante y en cuando alce la vista para comprobar si el chaparon había cesado... Pude verla: ella se encontraba frente a mí llevando entre sus manos una sombrilla que la protegía de la lluvia. Se colocó a mi lado y me abrigó con una manta que dio calor a mi cuerpo y secó la humedad presente en éste; finalmente, Naomí se valió del paraguas para cubrirnos a los dos. Lo único que yo hice fue aceptar sus atenciones: estaba sorprendido y no podía articular palabra alguna; aun con la prolongada e insistente lluvia, ella había venido a la pradera con el único fin de encontrarse conmigo.

Luego de brindarme su ayuda, Naomí me pidió disculpas, ya que las tareas del hogar y sus propios padres le habían impedido salir a la pradera el día anterior. Ambos nos dedicamos a observar tranquilamente las incontables y ligeras gotas de lluvia que caían desde las nubes; ella me dijo que contemplar las lloviznas le agradaba en demasía, a mí también me gustaba apreciarlas en todo su esplendor. Posteriormente, de forma repentina y en un gesto de confianza Naomí tomó mi mano, me pidió que compartiéramos la manta que había traído consigo y aprovechó el momento para estrechar su cuerpo con el mío; yo le pregunté, nervioso, ruborizado y molesto por qué hacía esto y ella me respondió sonriendo que de esta forma mantendríamos el calor y sería más fácil protegernos del agua. El día llegó a su fin no obstante la lluvia continuaba, era evidente que no iba a detenerse pero nuestra hora de regresar se hizo presente. Nos pusimos de pie, yo pensaba que íbamos a decirnos adiós; sin embargo, Naomí me acompañó hasta la cabaña y me otorgó la cobertura de su sombrilla para evitar que yo me mojara.

A medida que transcurrieron los días fui experimentando una transformación y poco a poco, sin darme cuenta mi visión de la realidad empezó a cambiar, dejo de ser simplemente despertar y ver otro día igual para adquirir un nuevo significado, una razón para esperar con anhelo el siguiente amanecer: Regresar a la pradera para encontrarse nuevamente con Naomí... Y despedirnos cuando la oscuridad comenzaba a mostrar su cuerpo inmaterial. De aquellas tardes recuerdo varias en especial; una vez en donde Naomí pregunto sobre mis intereses y pasiones... y yo acto seguido negué tenerlas; no poseía ningún don y rechazaba de forma tajante todo aquello que proviniera de la civilización; a lo cual ella respondió que no debía rehusarse, cerrarme a la experiencia, ya que según sus palabras la raíz del arte provenía de las emociones, nuestro ser y su naturaleza más profunda, no solo era innato en los seres humanos; las aves también cantaban y componían sus propias melodías; el cielo era un gran lienzo donde se formaban todo tipo de formas y uno podía contemplar una ilimitada gama de mezclas y colores; los arboles se desprendían de sus hojas para que estas danzaron sobre del viento otoñal. Hizo una breve pausa para sentarse conmigo y comunicarme que yo poseía muchas virtudes que aun era incapaz de percibir, prometiendo con su dedo meñique ofrecerme el apoyo necesario para ayudarme a manifestar y florecer aquellos talentos más recónditos y singulares que albergaba.

Ella me enseño un nuevo mundo lleno de color y esperanzas, repleto de momentos agradables, mágicos e irrepetibles…

En otra ocasión Naomí preguntó por mi familia, por mis abuelos, mis padres y mis hermanos... No di respuesta alguna, pues no tenía nada que decir: a mi verdadera familia jamás la conocí, mi madrastra murió demasiado pronto como para que pudiera evocarla, memorar su rostro o un instante junto a ella... Y mi padrastro no era más que un extraño con el cual compartía el mismo techo.

Ella comprendió mi prolongado silencio, se dio cuenta de que no respondería y finalmente decidió contestar su propia pregunta: Naomí me confesó que las personas con las que ahora vivía no formaban parte de su verdadera familia; Hans no era un hermano, sino un hermanastro y el hombre de la mansión al que yo le había entregado la carta no era su padre, sino su padrastro.

Esto me desconcertó y sorprendido escuché con la mayor atención cada parte de su insospechada revelación. Me explicó que ella nació en el lecho de una familia de la clase media más acaudalada, vivió con sus auténticos padres los primeros años de su infancia y los tres eran muy felices: no había problemas de ningún tipo ni con otras personas ni con la vida misma. Pero un mal día el padre de Naomí desapareció dejando tan sólo una ínfima parte de su vasta fortuna y ningún indicio de su posible paradero; él abandonó a esposa e hija, una hija que apenas contaba con cuatro años de edad. El dinero y la estabilidad rápidamente menguaron y la pobreza, junto con todas sus carencias, se veía cada vez más cercana y real. La madre de Naomí se vio obligada a viajar por todos los rincones de todas partes para poder encontrar el sustento económico que en el pasado ninguna falta hacía; sin embargo, no tuvo éxito alguno y a cualquier lugar a donde iba únicamente hallaba puertas cerradas y respuestas negativas. Finalmente, una de sus desesperadas travesías las trajo a ambas a este pueblo, y para bien o para mal, la madre de Naomí tenía amistad con la gente de la gran mansión; ahí recibieron asilo por un tiempo y cuando la mujer, caída en desgracia, veía a su pequeña hija jugar felizmente con las dos niñas de la familia decidió tomar una drástica y difícil medida. Tuvo que forzarse a dejar a Naomí con esas personas; ya había perdido a su padre y ahora tendría que despedirse de su madre, pues ese era el precio que había que pagar para salvarla del hambre, del frío y de la decadencia con los que la pobreza castiga a quienes caen en ella. A partir de aquel momento el niño y las dos niñas de la mansión se convirtieron en sus hermanos, el señor y la señora que eran padres de aquellos chicos serían los suyos también, Naomí fue adoptada. La despedida entre la verdadera progenitora y su hija estuvo repleta de tristeza y empapada de lágrimas: Naomí me dijo que abrazó a su mamá con todas sus fuerzas y que no podía dejar de llorar, la mujer también la envolvió en sus brazos con la misma intensidad prometiéndole que volvería por ella cuando contara con trabajo y dinero para ya no sufrir de más carencias… Los años pasaron y nunca volvieron a verse después de aquel sufrido adiós.

Ahora lo entendía todo, finalmente pude comprender por qué sus ropas lucían tan desgastadas y roídas cuando sus hermanos vestían tan sólo las prendas más finas. Por fin pude entender por qué su aspecto no mostraba ninguna similitud con el del resto de sus familiares: por sus venas no corría la misma sangre. Quizá Naomí y yo éramos diferentes: ella siempre alegre, cálida y sociable; yo siempre triste, frío y solitario. Sin embargo, con su confesión me di cuenta de que algo era común entre nosotros y ese algo en cierta forma nos unía un poco más.

Recuerdo que Naomí me dijo que a pesar de todo todavía albergaba la esperanza de que algún día su madre volviera por ella. Yo nunca en mi vida había albergado ni una sola esperanza, aunque desde que la conocí a ella siempre aguardaba ansioso por la llegada de la mañana siguiente, ya que ese era el momento en el que nos volvíamos a ver ¿se le puede llamar a esto esperanza?

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