viernes, 8 de marzo de 2019

Capítulo Extra


Esto aconteció de forma previa a cuando Marius fue testigo de la verdad sobre su amiga, antes del final que hubo en el episodio 5.

-Marius –Naomí interrumpió mi trance, ella se encontraba tendida en el pasto con la cabeza apoyada sobre mi regazo mientras yo permanecía sentado sobre el pie del gran árbol. Era una tarde más en la pradera, resguardados bajo la sombra del viejo tilo que se había convertido en nuestro punto de encuentro. 

-Dime – dije mientras acariciaba su sedoso cabello.
-Después de que me explicaras lo sucedido con el polluelo te noto aun más desanimado, ¿todavía hay algo que deseas contarme? 
-Tal vez… –me tomó unos segundos responder y al hacerlo Naomí se reincorporo otorgándome un poco de espacio-, no estoy seguro.
-¿De qué se trata? –Naomí me tomó de las manos-. La verdad, me gustaría saber qué te produjo tanto rechazo la primera vez que me acerque a ti, ¿Acaso hice algo que te molestara?
 -No, por supuesto que no –sentí deseos de abrazarla, sin embargo, me conformé con observarla y sujetar un poco más fuerte sus manos. Después miré al suelo y suspiré, tenía que confesarle el porqué no confié en ella-: Tenía miedo de permitir que te acercaras, porque las personas siempre me han lastimado; la muerte de mi polluelo por culpa de aquellos chicos y la paliza que Hans me propinó aquel día..., situaciones como estas se han repetido a lo largo de mi existencia; estaba seguro de que volvería a ocurrir lo mismo contigo, creía que también buscabas lastimarme.
-Yo nunca te haría daño -su preocupación transmutó en tristeza-. ¿Quieres hablar acerca de todo esto? –Naomí se acercó y me abrazó-. Puedes hacerlo, yo permaneceré aquí para escucharte y darte mi apoyo.

Evoqué para ella mis primeros acercamientos con los otros niños del pueblo, mi voz se quebraba con facilidad al hacerlo:
Cuando yo tenía unos siete u ocho años de edad, instalaron un columpio en un árbol de gran tamaño ubicado en la plaza de nuestra localidad. Por días observé cómo todos jugaban en él, incluso los chicos que ya no eran tan pequeños lo usaron un par de veces, y por días mi deseos de hacer lo mismo que ellos no hicieron más que aumentar. Por fin, una mañana decidí despertar muy temprano para ir al columpio: sabía que a esas horas nadie estaría cerca de él, así que iba a poder jugar sin preocupaciones, en soledad. Comencé a balancearme con un poco de temor y poco a poco fui yendo más rápido; mientras mis oscilaciones me elevaban ligeramente del suelo y el viento matinal se deslizaba a través de mis mejillas. Fue entonces cuando un conjunto de chicos y chicas de diversas edades, algunos mayores que yo aparecieron frente a mí. Detuve mi leve vaivén y comenzaron a decirme que no tenía derecho de estar ahí. Alguien del grupo declaró que yo era un egoísta pues me había tomado la molestia de madrugar tan sólo para acaparar el columpio. Otro niño me reclamó que ni siquiera estaba usando el juego y mi única intención era incordiarlos. Estaba por negarlo todo pero una chica bastante alta se me acercó y tirando de mis ropas hizo que me pusiera de pie mientras me repetía que me largara; todos se unieron y empezaron a exigirme lo mismo. Yo me abrí paso entre ellos, pidiendo disculpas sin atreverme a mirar sus rostros, escuchando sus regaños en completa sumisión. Poco a poco, los leves empujones que me daban en los hombros fueron volviéndose más fuertes hasta que, por fin, trastabillé y caí al suelo, levantando una gran cortina de tierra. Me fui de ahí dolorido, con el rostro cubierto de suciedad y lágrimas y con un par de rodillas sangrantes, escuchando las risas de esos chicos como si fueran una despedida. Recuerdo que Hans se encontraba ahí y fue uno de los que empujó con más fuerza.

Después de esa y otras experiencias decidí no volver a acercarme al pueblo si no era verdaderamente necesario. La pradera se convirtió en mi basto y solitario patio de juegos. El aburrimiento fue mi único compañero durante largo tiempo hasta que un día se acercaron a mí un chico y una chica físicamente muy parecidos, de inmediato di por hecho que eran hermanos. Cuando me preguntaron si quería jugar con ellos a las escondidas me costó algo de trabajo darles un sí: estaba tan entusiasmado y nervioso de finalmente tener algo de compañía que por un momento creí estar soñando. Tras aceptar, ellos me pidieron que los siguiera a un sitio donde el juego sería más divertido; yo caminé sin siquiera preguntar a dónde nos dirigíamos.

Pensé en decirles a mis compañeros que diéramos media vuelta y regresáramos cuando me di cuenta de que nos adentrábamos en la espesura del bosque; sin embargo, el temor de no saber cómo reaccionarían ante mi sugerencia hizo que me contuviera, no me importaron las constantes advertencias de mi padre de no alejarme tanto de casa. Finalmente nos detuvimos en un pequeño claro y, sin ningún tipo de preámbulo, los hermanos decidieron que yo sería quien tenía que buscar; acerqué mi rostro a un árbol y comencé a contar para que ellos pudieran esconderse, simplemente buscaba ganarme su aceptación. Después de llegar al número treinta, justo como ellos me lo habían indicado, di media vuelta y abrí los ojos: lo nublado del cielo y la densidad de los árboles que me rodeaban hacían que el ambiente fuera extrañamente oscuro; incluso en el horizonte más distante, no veía nada más que vegetación; lo único que escuchaba era el sonido del viento moviendo las ramas. Entendí que había cometido un grave error y me encontraba en serios problemas cuando poco después de una hora seguía en el bosque, dando vuelta tras vuelta. A pesar de que los hermanos no me compartieron sus nombres grité un par de veces para tratar de llamar su atención, y luego decidí no hacer ni un solo ruido cuando unos lobos comenzaron a aullar en algún punto distante, en ese momento creí en todas las historias acerca de personas devoradas por estos animales. Cuando empezó a ponerse el sol rompí en llanto y corrí sin rumbo. Estaba seguro de que esos dos chicos sufrían igual que yo, así que mi sorpresa fue enorme, y mi alivio aún mayor, al encontrarlos en una zona donde el bosque ya no era tan espeso y a lo lejos podía verse la pradera. La chica me dijo que en las últimas dos horas me habían buscado, él chico me dijo que poco faltó para que fueran a pedir ayuda. La vergüenza que sentía no me permitió articular ni una palabra durante el camino de vuelta a nuestras casas. Sentía que lo había arruinado todo.  

Aun así, pocos días después de aquel suceso ellos volvieron a acercarse a mí. Nuevamente me pidieron que los siguiera sin decirme a dónde; nuevamente mi entusiasmo fue el suficiente como para obedecer sin hacer ni una pregunta. Toda la calma que sentía al darme cuenta de que no nos dirigíamos al bosque se esfumó cuando nos detuvimos y vi a aquella bestia: era un carnero grande con un pelaje blanco, maltratado y sucio; sus largos y gruesos cuernos te hacían sentir una necesidad constante de retroceder; una cuerda desgastada lo ataba a un árbol, y era su única contención.

Cuando mi pasmo menguó lo suficiente me percaté de que ambos arrojaban piedras a la imponente criatura y, entre risas, me repetían que yo también lo hiciera. Otra vez me invadió ese mal presentimiento del día anterior, pero ahora no tenía dudas de que estábamos haciendo algo incorrecto y, sobre todo, peligroso.

Justo cuando enfoqué mi vista directo en sus rostros para decirles que pararan, la chica gritó y mis débiles palabras no las pude escuchar ni siquiera yo; un instante después, ignorándome por completo, ellos me dieron la espalda y comenzaron a correr. Al volverme para mirar lo último que ellos habían visto sentí que mis piernas se volvieron pesadas y mi corazón se encogió: los enormes cuernos se acercaban directo a donde yo estaba, directo hacía mí para arrollarme. Al borde del colapso fui detrás de mis compañeros. 

-¡Ayúdenme a subir, por favor! –ellos eran mayores y más altos que yo; rápidamente llegaron a unos de los pocos árboles cercanos y treparon a sus ramas más altas. Debido a mi estatura y torpeza yo no era capaz de hacer lo mismo sin asistencia.

-¡Lo siento! –Me gritó el chico- ¡ya no hay lugar para uno más! Sigue corriendo así, no creo que te alcance –a pesar de mi pánico, sí que llegué a percibir que él se equivocaba: aunque angosto, el árbol tenía espacio suficiente para mí, y la bestia sin duda me alcanzaría.

Por mera suerte, después de dejar muy atrás a los chicos y con los cuernos de ese animal cada vez más cerca de mi espalda, llegué a una especie de almacén abandonado, parecido a una cabaña, en donde pude refugiarme. Tras largos minutos de embestir la puerta, la criatura se cansó de intentarlo y se marchó; lloré y temblé durante todo el proceso.

Permanecí ahí dentro por un tiempo más, mirando a través de la única ventana para estar bien seguro de que el peligro había pasado. De pronto, escuché pasos y dos voces provenientes del exterior; me alejé de la ventana y acerqué un oído a la pared opuesta para escuchar:

-¿Dónde estará ese tonto? –Dijo ella- ¿Crees que esa cosa se lo haya comido?
-Deja de decir tonterías. Esos animales no comen carne.
-Como sea, ¿cuánto daño crees que le habrá hecho si logró golpearlo con esos dos cuernos gigantes? –preguntó ella entusiasmada.
-Bastante –respondió él con el mismo tono-, ojalá lo hubiera alcanzado cuando nosotros estábamos viendo.
-¡Sí! Eso hubiera sido tan divertido, aunque igual fue divertido verlo correr tan asustado.
-A mí me gustó más verlo llorar, cuando lo dejamos en el bosque.
-¿Cuándo volvemos a la pradera para engañar a este tonto otra vez?
-Tan pronto tenga listo un nuevo plan –ambos rieron y se alejaron.

Con la mirada perdida, me senté en el suelo lentamente, apoyé mi frente sobre las rodillas y rompí en llanto de nuevo; lloré durante horas y como nunca lo había hecho, con total amargura, sin ningún consuelo.

-Ahora comprendo por qué me temías tanto –me dijo Naomí con una voz apenada después de escuchar cada una de mis palabras.
-¿Sabes? A veces vuelvo  a preguntarme por qué me detestaban y quizás lo veo un poco más claro, aunque en el fondo sigo creyendo que es muy injusto: quizá mi padre era cruel con las familias de esos niños y ellos tratasen de desquitarse conmigo, ¿recuerdas que te había dicho que él es uno de los terratenientes del pueblo?; puede que por ser adoptado todos me vieran como una especie de parásito. En ocasiones siento que incluso mí padre me ve de esa manera; tal vez les hice algo molesto sin ser consciente de ello o quizá mi aspecto físico sea la causa... dije sin poder evitar derramar algunas lágrimas.

-No es tu culpa –ella casi me interrumpió-. Yo tampoco puedo explicarme porqué todos los niños del pueblo te excluían, pero si fuera así, puedo decirte que no es por tu aspecto. Es una lástima que no sonrías con frecuencia, te ves esplendido cuando lo haces –reforzó su afirmación abrazándome con más firmeza- ¿Recuerdas cuando esa enorme mariposa se posó en mi nariz y yo me sorprendí y tú reíste? ¿Por qué no has vuelto a hacerlo?
- No lo sé… –imaginaba que sus cumplidos eran una mentira piadosa con la que buscaba subirme los ánimos.
-Lo digo de verdad, Marius, no sólo para hacerte sentir mejor –se puso de pie y me tendió la mano-. Vamos, levántate, te lo voy a demostrar.
-¿A dónde vamos? –le pregunté mientras aceptaba su ayuda para incorporarme.
-Al río –sonrió ampliamente.
-¿Al río? –Repetí confundido- ¿ Porque quieres ir hacia ese lugar?
-Vamos a mirar tu reflejo en el agua y voy a decirte todo lo que me gusta de ti. Sería más fácil con un espejo pero no creo que nos dejen entrar juntos a la mansión, ¿tú tienes espejos en la cabaña?
-Sólo uno, muy pequeño –dije sin entusiasmo-, pero no vale la pena ir por allí porque está en la habitación de mi padre y él siempre la cierra con llave antes de irse a trabajar. 
-¿¡Lo ves!? –Alzó sus manos e hizo un exagerado y cautivador gesto con sus cejas- ¿Cómo puedes decir que no eres adorable si no tienes espejos? Ven, vamos –me tomó de la mano, sus palmas eran finas y cálidas, y comenzamos a correr, había ido a aquel lugar muchas veces, mas nunca junto a ella.

Conforme nos acercábamos al río notaba a mi amiga más ansiosa. Nunca dejó de sonreírme cuando nuestras miradas se encontraban, aunque cada vez parecía costarle un poco más hacerlo; pensé que sólo era mi imaginación. Al llegar me acerqué a la orilla y ella se quedó atrás. Me volví para observarla y estaba temblando, al borde del llanto. Volví a su lado casi saltando para sujetarla y preguntarle lo que sucedía. Naomí se limpió las pocas lágrimas que no pudo contener y, otra vez sonriendo, me hizo saber que simplemente estaba tratando de vencer uno de sus más grandes miedos:

Durante su infancia, en la época en la que aún vivía con su verdadera familia, Naomí estuvo a punto de morir ahogada al jugar en la orilla de un lago y caer a éste.

-¿Por qué no me dijiste que tenías miedo? ¿Por qué sugeriste que viniéramos al río si tanto te aterra acercarte a la orilla? –la cuestioné, sintiéndome tremendamente culpable. 
 -Yo sólo quería ayudarte, Marius, demostrarte que te equivocas al pensar que eres poco agraciado, y mucho menos que todo el mundo te odie por ello –su voz se quebraba, las lágrimas volvían a fluir.

-Si para demostrármelo tienes que sufrir como lo estás haciendo ahora, entonces no me interesa –jamás había hablado con tanta sinceridad, contuve el aliento y seguí-: Ahora que tú eres mi amiga no me importa si el mundo entero me aborrece sea por la razón que sea –aparté la mirada para poder hacerle una pregunta que desde hace tiempo me hacía todas las noches antes de dormir-.Porque nosotros somos eso ¿verdad?, somos amigos – dije sin poder evitar tartamudear asustado, nervioso e inseguro, al borde del llanto...

Al sentir su mano sobre la mía una sensación eléctrica me recorrió de pies a cabeza, y ésta se amplificó  cuando escuché su respuesta, una respuesta afirmativa.  Durante años estuve cuestionándome porque razón los demás disponían de esa facilidad para hallar y formar amistades; como si fuese un simple juego, algo intrínseco y momentáneo... Incluso como personas que consideraba retorcidas e ingratas lograban fraternizar y crear vínculos; sin pedirlo o buscarlo recibían toda la estima, atención y admiración del resto... Mientras yo, ni con mis mejores intenciones: tratando de ser amable y evitando causar molestias... era rechazado, degradado en algo indeseable y repulsivo al igual que un juguete roto, inservible y estropeado... Pero ahora de vuelta al presente parecía ser todo distinto... Ella era mi primera amistad, y también la única persona que necesitaba para dejar de ser infeliz.

-¿Nos vamos de aquí?–le dije al volver a dirigirme hacia mi amiga- ¿regresamos al árbol? –faltaba poco para que el Sol se pusiera y nosotros nos despidiéramos.

-Quiero ponerme de pie en la orilla del río para mostrarte tu belleza exterior y para que me ayudes a vencer este miedo. No dejes de sujetar mi mano en ningún momento, por favor, sujétala con fuerza –lo dijo con tanta decisión que sólo pude asentir.

El agua nos regaló un reflejo impecable de nosotros mismos. Verme tan próximo a Naomí me hizo pensar que estaba soñando y en cualquier momento despertaría, sin embargo, ella temblaba de temor y tal acción me convencía de que todo era real.

-Observa tu cabello –con la mano que tenía libre, mi amiga fue señalando las distintas partes de mi rostro- brilla más que el mío y es suave –me di cuenta de que empezaba a ruborizarme, ella no pareció darle importancia-. Observa tus ojos. Me gustan porque son muy sinceros, siempre que los veo puedo saber exactamente cómo te sientes, además su color es muy bonito, verde como una frondosa pradera bañada por la luz matinal –hasta entonces había pensado que mi mirada era fría, todo lo contrario a la suya, tan expresiva y cálida-. Ahora observa tus mejillas, es lo más lindo de tu cara –acercó su mejilla a la mía y una vez que hicimos contacto movió su cuello para hacerme una caricia, su piel suave y la inesperada proximidad me hicieron sentir un cosquilleo en el rostro que hasta ese entonces desconocía. Comencé a sonreír casi al instante y mi amiga también lo hizo. Ella era como un ángel, lucía bella en todo momento; yo seguía considerando que mi apariencia era más un defecto que una virtud, pero luego de ese día sonreír fue volviéndose más sencillo y cada vez lo hacía con mayor frecuencia.

De pronto, me percaté de que mi amiga había dejado de temblar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario