sábado, 9 de marzo de 2019

Capítulo 5


El cielo estaba nublado esa tarde mas no caía gota de agua alguna, yo en cambio no podía dejar de derramar lágrimas, no podía dejar de llorar.

Naomí poseía la capacidad de leer mi interior con certeza, sólo necesitaba mirarme a los ojos por un ínfimo instante y de inmediato sabía si me encontraba bien o mal. Ese día me sentía lleno de tristeza y cansancio por mis constantes pesadillas, por mis desgracias pasadas y por la muerte del polluelo al que todavía extrañaba. Ella intuía que algo ocurría conmigo, que algo me estaba haciendo sufrir, y también me conocía lo suficiente como para saber que yo no iba a confiarle mis pesares por iniciativa propia; así que poco después de reunirnos en la pradera y de cubrirnos bajo la sombra del gran árbol Naomí utilizó su dulce voz y su atrapante mirada para preguntarme acerca de aquellas cosas que me deprimían. Yo no pude soportar los deseos de contárselo todo tan pronto su vista se fijó en la mía, sin embargo, al intentar hablar una enorme presión en mi espíritu y un nudo en la garganta me lo impedían, mis palabras se quebraban, mi rostro adoptaba una expresión de desdicha y en mi interior percibía un vacío extraño que iba acompañado de un envolvente calor.

Sentados los dos, mi amiga me abrazó suavemente y con mi cabeza apoyada sobre su pecho; me hizo saber que si necesitaba llorar podía hacerlo con total libertad, ella estaría ahí para consolarme y para ayudarme a desahogar todo el dolor. Yo cedí y lloré de forma descontrolada. Su armónica respiración y los latidos de su corazón poco a poco me llenaron de calma y sosiego. Mi tristeza desaparecía con rapidez si Naomí estaba a mi lado.

Con el paso del tiempo, lentamente y sin poder percibirlo, comencé a obsesionarme con Naomí: siempre que oscurecía y debíamos despedirnos el desánimo se apoderaba de mí y las ansias me consumían, no podía esperar para encontrarnos de nuevo, y cuando esto finalmente ocurría, mi alegría se renovaba. Sus besos, sus abrazos y todos sus cariños producían un constante cosquilleo en lo más profundo de mi vientre, y esta sensación, casi adictiva, me llenaba de bienestar. Ella era hermosa, no sólo en sentimientos y personalidad, sino también en su exterior: su aspecto físico era una perfecta proyección de su sublime interior; mis deseos de tocar su sedoso cabello dorado y su suave y blanca piel se hacían cada vez más grandes; me fascinaba contemplar, por largos minutos, su rostro de rasgos angelicales, y envolver su delicado y cálido cuerpo con mis brazos era la mayor cumbre de emociones que nunca antes había experimentado.

Mi desconocimiento casi absoluto de las relaciones humanas me hizo pensar que todos los sentimientos que albergaba por Naomí eran cosa común, sentimientos que todas las personas experimentaban cuando convivían con sus amistades; tiempo después me daría cuenta de que mi sentir hacia ella no entraba perfectamente bien en el concepto de la amistad... Se trataba de algo más.

Pero todo era sumamente idílico como para durar demasiado. Pronto la oscuridad de quienes nos rodeaban volvió a hacerse presente, mostrando sus corruptas facetas y empañándolo todo de crueldad y maldad.

Era una tarde como las demás, pasaba el tiempo con Naomí en la pradera y todo marchaba bien. Ella me dijo que tenía que ir al pozo a recoger agua y me pidió que la acompañara, yo acepté sin pensarlo: Naomí solía rechazar mi ayuda en sus deberes a pesar de que siempre me mostraba dispuesto a asistirla. Caminamos tranquilamente hasta la entrada de la mansión, que era el hogar de mi amiga, ella me dijo que esperara afuera y que me ocultara, pues podría haber problemas si sus hermanastros nos veían juntos. Recuerdo que no tardo mucho tiempo en ir y menos en regresar, pero esta vez con un cubo de madera grande el cual nos serviría para llevar a cabo nuestra tarea.

Al llegar al pozo me di cuenta de que en el interior del gran balde que mi amiga llevaba, se hallaba uno de menor tamaño. Ella llenó ambos recipientes con agua y después se dispuso a cargarlos, sin embargo, sus brazos, delgados y débiles, no podían levantar tanto peso sin antes realizar un gran y sufrido esfuerzo. Rápidamente noté todo el trabajo que a Naomí le costaba y también me percaté de que una de sus muñecas se encontraba un tanto lastimada. Me acerque y tomé el cubo de mayor volumen haciéndole saber a mi amiga que le ayudaría, pues de esta forma terminaríamos más rápido con este encargo y ella ya no tendría que forzar su lesión. Naomí agradeció mi acción, más me hizo saber que no era necesaria: simplemente no deseaba causarme molestias; yo le expliqué que brindarle mi apoyo no me provocaba ningún tipo de molestia. Finalmente, ella aceptó y tomó mi mano a lo largo del camino, lo cual me llenó tanto de alegría como de inquietud. Minutos después llegamos a la mansión.

Cuando mi amiga entró a su hogar, una vez más me escondí y esperé por su retorno; probablemente regresaríamos a la pradera y podríamos olvidarnos de esta aburrida tarea, aunque estando a su lado hasta las cosas más cansadas y monótonas dejaban de serlo, Naomí siempre estaba hablando y a mí me gustaba escuchar su voz, bella y melódica; constantemente solía explicarme sobre toda clase de anécdotas vinculadas con su madre, sobre lugares remotos en los cuales viajo mucho antes de residir en este pueblo; y yo careciendo de oportunidades de viajar mucho más allá de las montañas sentía gran interés por cada una de sus palabras. Ella también sabía escuchar, así que poco a poco le revelé más detalles de mi persona: mis preocupaciones, mis rencores, mis sinsabores con la gente del pueblo y mi situación familiar de abandono y posterior adopción. Mi confianza hacia su persona se tornó tan sólida que incluso llegué a contarle sobre el polluelo, quien fue mi primer amigo y que poco tiempo después fue asesinado por aquellos chicos; recuerdo que un día, incluso le mostré el lugar donde descansaba eternamente mi mascota. Con ella sentía que podía ser yo mismo, dar rienda suelta a mis emociones e ideas más reprimidas y ser correspondido.

Me encontraba distraído, pensando en las cosas que haríamos al regresar a la llanura, cuando un sonido estridente y súbito me trajo de vuelta a la realidad; aquel extraño ruido, que desentonaba con el sereno ambiente, se repetía una y otra vez y provenía del interior de la mansión. Con sumo cuidado, me escabullí para lanzar un vistazo rápido, mi curiosidad había despertado y me exigía saber qué era lo que sucedía. Y lo que descubrí me heló la sangre: una mujer golpeaba violentamente a Naomí valiéndose de una escoba, una y otra vez el objeto de castigo subía hasta lo más alto y luego descendía con velocidad furiosa para impactarse, estremeciendo el frágil y débil cuerpo de la única persona que yo apreciaba. La paliza continuaba y parecía eterna, mi amiga utilizaba sus pequeñas manos para cubrirse del daño, lloraba y suplicaba perdón a su cruel agresora..., a su madre adoptiva. Sus dos hermanas y su hermano, Hans, estaban presentes en la escena y miraban a Naomí como si no fuera nada: al igual que un instrumento inservible y desechable.

Mis piernas temblaban, mi mirada se enfocaba en la nada y mi alma petrificada sólo podía sentir el miedo, pues me angustiaba que la tortura que Naomí soportaba se prolongara demasiado y provocara daños irreversibles en su cuerpo... o algo todavía peor; la furia, ya que no comprendía la extraña manera en la que funcionaba este maldita y podrida realidad, en donde una persona tan buena y pura como Naomí era maltratada y humillada de una forma tan ruin; la impotencia, pues aunque la parte más instintiva y salvaje de mi ser me decía que tenía que actuar, yo bien sabía que nada podía hacer, me sentía incapaz de protegerla como ella me había protegido a mí y por último, la tristeza: ver a mi amiga derramando lágrimas, rogando para que los intolerables golpes cesaran y adoptando en su semblante una expresión de intenso dolor y profundo desamparo, quebraron por completo mi voluntad.

La golpiza, junto con toda su agonía, terminó. Yo seguía temblando cuando todo finalizó, ya que casi puedo jurar que cada impacto que Naomí recibía yo también lo sentía. Mi amiga salió de aquella horrible mansión, a la que no se le podía llamar hogar, me regaló una sonrisa que quizá se trataba de un gesto sincero, sin embargo, detrás de éste se ocultaban el llanto y el sufrimiento. Me dijo que tenía que despedirse porque había surgido más trabajo, me abrazó y me dio un beso para decirme adiós. Yo traté de hacerle creer, sin constancia de lograrlo, que no había visto nada y acepté sus palabras con una falsa y forzada calma: me preocupaba dejarla en manos de aquellas personas, pero también me asustaba que si llegaban a verla cerca de mí podrían volver a lastimarla. Lo único que podía hacer para protegerla era alejarme de ella.

Volví a casa más temprano de lo habitual sin poder retirar de mis pensamientos aquella escena que se había incrustado en lo más profundo de mi mente ¿Por qué maltrataban así a Naomí si su verdadera madre había confiado en ellos y además les había pagado una fuerte suma de dinero? ¿Cuánto tiempo llevaba ella sin aparecer en la vida de mi amiga? ¿Por qué razón no tuve el valor suficiente para protegerla cuando en el pasado ella si me protegió a mí?, ¿y cómo pudo sonreírme con sinceridad después de haber recibido semejante paliza?

No pude responder a ninguna de estas preguntas, las cuales me persiguieron por largas horas. Al final del día, sólo fui capaz de obtener estas certezas: si hubiera tenido el suficiente poder y la fuerza necesaria para defenderla sin duda lo habría hecho, e incluso hubiera sido capaz de llegar hasta las últimas consecuencias. Lo único que contemplaba con atención en aquellos oscuros instantes era el rostro de Naomí bañado en lágrimas... revivir una atmosfera espeluznante de tonos lúgubres y pesados; que devoraba vorazmente mi frágil integridad.

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