Era un día común de primavera con un tiempo fresco que casi rozaba la
sensación del frío, en lo alto las nubes cubrían el Sol con su gris espesura y
en tierra firme el entorno tenía un aspecto opaco y nebuloso. Yo caminaba por
las verdes praderas en las afueras del pueblo; no había experimentado gracia ni
desgracia alguna ese día, así que mi mente se encontraba indiferente ante el
mundo, el aburrimiento consumía poco a poco mis ánimos y éste era ya un proceso
natural a causa de mi ineludible y perpetua soledad… Simplemente me limitaba a
avanzar.
En los múltiples horizontes del campo podía observar a muchas criaturas
silvestres moviéndose con total libertad. Entre ellas se encontraban los
conejos: en el pasado tuve el deseo de acercarme a uno de ellos y que éste me
permitiera hacerlo, sin embargo, siempre huían de mí y era imposible seguirles
cuando corrían, pues con su rapidez devoraban grandes distancias en segundos;
era imposible atraparlos, pues no importaba cuán finos y afilados fueran mis
reflejos no había manera de predecir sus saltos. Mis deseos eran tan sólo un
intento de mitigar un poco mi desamparo: es natural que un humano que vive
siendo rechazado por sus semejantes se harte de ellos y decida buscar la
compañía en seres más inocentes y nobles… Pero al parecer estos seres conocen
bien la maldad del hombre y por eso se alejan de él.
Continuaba con mi camino sin albergar ningún sinsabor y ninguna
expectativa; fue entonces cuando mi vista se cruzó con una sorpresa que iba a
iluminar aquella nublada tarde: un polluelo de gallina yacía desamparado en
medio de la pradera, estrechado en un rincón y recostado sobre sus patas, el
pequeño animal piaba y el sonido era como el de una aguda vocecita pidiendo
refugio y ayuda. Me acerqué con lentitud pero con ansias hasta él, cuando me
vio no pareció mostrar intenciones de huida, no me mostró miedo, esta criatura
era tan inocente que parecía desconocer por completo la crueldad de mi especie.
Pero yo no tenía intenciones de dañarlo y de ninguna manera iba a dejarlo ahí
abandonado, ambos estábamos en situaciones similares: solos, sin compañía
alguna a nuestro lado. Él necesitaba hogar y cuidados, yo necesitaba un amigo.
Cuando lo tomé en mis manos él no se resistió y más bien encontró abrigo en el calor
de éstas, al observarlo detenidamente me di cuenta de que era como una esfera
emplumada muy pequeña, todas las partes de su cuerpo eran diminutas y al
sentirlo con mi tacto me di cuenta de que era lo más suave y lo más frágil que
yo había tocado. Todo en el polluelo estimulaba mis deseos de proteger, de
cuidar… e incluso de querer, así que, emocionado, corrí a casa con una criatura
indefensa y bella en mis manos: había decidido acogerlo y criarlo. Una casita
que lo cubriera del frío, comida y agua, eso era todo lo que mi nuevo amigo
necesitaba.
Durante los siguientes días todo giró alrededor de la pequeña ave. Quizá
sonará osado de mi parte, pues a lo largo de mi vida he carecido de contacto
humano, no obstante, me atreveré a decir que el polluelo ha sido uno de mis
amigos más carismáticos, graciosos y entrañables, él poseía un sinfín de
cualidades que te hacían adorarlo y amarlo antes de que te percataras de ello:
siempre me seguía a todas partes, así que ya no volví a sentirme sumido en
soledad; tenía la extraña costumbre de subirse a las pequeñas rocas y a mi
regazo; me enternecía mucho verlo aletear, como si tratara de volar, como si
tratara de ser más grande. Mi aburrimiento crónico desaparecía cuando estábamos
juntos y en él encontré el cariño que tanta falta me hacía. Mi felicidad orbitó
alrededor de esa criatura por siete Soles y siete Lunas…
En el octavo día, sin embargo, las cosas cambiaron, cambiaron para mal. Me
encontraba limpiando el refugio de mi mascota y cambiando su comida, ansioso
por terminar para poder jugar con él. En ese momento tres chicos del pueblo
irrumpieron entre nosotros dos con su discordante presencia: desde la distancia
comenzaron a llamarme y a insultarme con palabras agrias y crudas; esta clase
de maltratos no eran nuevos para mí, y años de sufrir las mismas agresiones me
hicieron resistentes a ellas, así que simplemente ignoraba y dejaba que el
viento se llevara sus inútiles injurias. Pero nunca intuí que esos tres
imbéciles llevarían sus ataques más allá de las amenazas: el líder se acercó,
acortando en gran medida el espacio que había entre nosotros, me llamó cobarde
y de forma explosiva destrozó por completo el refugio de mi mascota; furioso
intenté detenerlo, pero los otros dos chicos comenzaron a arrasarme a golpes; después,
él mismo que se encargó de destruir el refugio fue quien se convertiría en
verdugo de mi amistad.
Me arrebató el polluelo de un movimiento brusco y lo colocó en el suelo,
inmediatamente comencé a pedirle que se detuviera, mas no escuchó ni una sola
de mis desesperadas suplicas. Lamentablemente, lo que selló el destino de mi
pequeño amigo fue su inocencia y su desconocimiento de la maldad humana: él no
intentó huir, no intentó hacer nada. Mientras me seguían golpeando y sujetando,
no pude hacer nada más que observar cómo aquél chico daba muerte a mi mascota
con un contundente pisotón; es inútil explicar la emoción que experimenté en
ese momento, fue como si hubieran aplastado mi corazón, como si hubieran
destrozado mi espíritu. Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas y
la furia fue tan grande y tan ciega que fui capaz de ignorar todo el dolor que
la paliza había sembrado en mi cuerpo. Me libré de mis opresores, me abalancé
sobre él y con un impulso asesino lo tiré al suelo; uno tras otro, mis dos
puños impactaron sobre su rostro sin detenerse, y sólo después de muchos
esfuerzos sus dos compañeros lograron separarnos. Nunca antes había usado la
violencia, pero la atrocidad que cometieron estas personas despertó la parte
más brutal y salvaje de mí ser, desconozco todo el daño que pude haberle hecho
al asesino de mi amigo si sus dos secuaces no hubiesen intervenido.
De su nariz rota fluía mucha sangre, él apenas pudo articular un par de
palabras diciéndome que en el futuro pagaría caro mi osadía; los otros dos
chicos me miraban asustados y con miedo, con muchos deseos de huir de mi rabia…
Días después escuché que en el pueblo circulaba la noticia de lo que yo
había hecho; me sentí satisfecho, ya que había logrado consumar mi venganza,
sin embargo, toda esa amarga satisfacción se veía absolutamente eclipsada y
reducida por mi tristeza, por mi odio creciente hacia las personas, por mi
desgracia.
Y así es cómo el ser humano trataba a todas las criaturas inocentes y
puras: las aplastaba y desechaba con crueldad, sin un atisbo de piedad.
Mi única intención era hallar en el polluelo un amigo con quien poder
compartir grandes y maravillosos momentos... Uno que jamás me juzgaría,
abandonaría o traicionaría.
Sin embargo, toda posibilidad se esfumo por mi causa y la de mi especie...
¿Había sido un iluso? Si me hubiese decantado por dejarle libre en su momento,
nada de esto hubiese sucedido... No tenía porque haberme dejado llevar por mis
emociones, tan solo eran una molestia, un tormento proveniente de mi
vulnerabilidad, debilidad, fragilidad, algo que tan solo traía disgustos y a su
vez deleitaba a mis semejantes... Incitándolos a encontrar nuevas formas,
métodos para lastimarme, romperme y hundirme en lo más hondo de un sombrío y
profundo abismo.
Me a encantado leerte, me quedo asombrada del lenguaje que has utilizado, te expresas y te abres con mucha fluidez, haces que pueda entender desde lo más profundo de mi ser, tu sentimiento, de soledad y de incomprensión, porque precisamente lo que últimamente me a enseñado la vida es que la humanidad, es caótica, la humanidad tiene una gran carencia de empatia y que la gente se mueven en forma de rebaño. Y que es muy difícil encajar en este mundo y más con este tipo de personas. Que no se muy bien que papel se deve hacer pero desde luego que la venganza que recibió de tu parte esta bien merecida.
ResponderEliminar