jueves, 7 de marzo de 2019

Capítulo 10


Miré desesperadamente hacia todos los rincones y recovecos tratando de encontrar un escondite en el cual apartar a Naomí de la vista de mi padre. Finalmente, la solución llegó a mí justo cuando la puerta se abría por completo y la persona detrás de ella estaba a punto de entrar.

Intentaba esconder a mi amiga debajo de la cama de mi habitación, pero era demasiado tarde y mi padrastro nos sorprendió. Ya nada se podía hacer salvo aceptar el castigo y esperar a que éste no fuera tan severo ni tan cruel.

Suena imposible de creer, incluso aún me cuesta asimilarlo: él no hizo nada, tan sólo lanzó una mirada efímera e indiferente a Naomí y después caminó tranquilamente hacia el comedor. Fue así cómo toda preocupación desapareció, ya que el silencio de mi padre fue su forma de comunicar que la presencia de mi amiga en nuestro hogar no suponía problema alguno. Desde ese día yo me vi en total libertad de llevar a Naomí a la cabaña siempre que lo deseara.

La larga época de fría oscuridad que ambos habíamos sufrido parecía ver su ocaso. Todo a nuestro alrededor parecía volverse en nuestro favor y ya ni siquiera el implacable invierno lucía tan despiadado.

Recuerdo que un día, mientras jugábamos en la pradera, una nevada muy fuerte comenzó a caer. La mansión y el granero se hallaban muy lejos de donde estábamos, mientras que la cabaña se encontraba a muy poca distancia. Naomí y yo fuimos corriendo hasta allá para refugiarnos cuanto antes de la gélida y envolvente lluvia blanca.

Al llegar, contemplamos el exterior a través de la ventana, con la esperanza de que el clima calmara un poco su ímpetu. Sin embargo, empeoró y una gran ventisca se desató. La llanura se cubrió de una espesa blancura y la temperatura descendía cada vez más.

La noche empezó a caer. Mi padre adoptivo se encontraba en el comedor preparando la cena. Siempre se aseguraba de cocinar lo suficiente para nosotros dos pero durante estos últimos meses solía tener la insólita costumbre de hacer más de la cuenta, más de lo que él y yo podíamos comer... No fue hasta el anterior año cuando descubrí que detrás del sinsentido se ocultaba una razón: Él solía madrugar y ofrecer un obsequio a la tumba de mi madre todos los días pero al no prescindir de flores durante invierno terminaba ofreciendo su comida favorita.

Cuando todo estaba listo, él ofreció un plato a Naomí. Permitir su entrada en nuestro hogar fue algo más que insospechado para mí, pero esto era aún más extraño y confuso, ¿qué había pasado con su advertencia de alejarme de la mansión y de su gente? ¿La había olvidado o había cambiado de parecer? Mi amiga no sabía nada acerca de mi castigo ni de la tensión que existía entre nosotros, así que simplemente aceptó la comida con naturalidad y dio las gracias. Los tres cenamos juntos, en la misma mesa. Nunca imaginé que una situación como ésta fuera a ser posible, pero de una forma u otra sucedió. Recuerdo que cuando terminamos de cenar, Naomí decidió recoger y limpiar. Yo quise ayudarla pero ella me dijo que lo haría sola, pues así devolvería el gesto de amabilidad por parte de mi padre.

La noche era ya muy oscura y, en el exterior, la nieve no dejaba de caer. Era peligroso salir, así que mi amiga tendría que recibir el amanecer bajo el techo de la cabaña, lejos de la mansión, de los establos y del granero. Únicamente había dos camas y una de ellas era sólo para mi padre. Yo deseaba que Naomí durmiera en una de éstas y a ella le entusiasmaba mucho la idea, pues había pasado gran parte de su vida descansando sobre suelo y paja...
Cuando ambos entramos a mi habitación, comencé a sentirme muy nervioso, tan nervioso como pocas veces lo he estado. Nunca había dormido con compañía y menos junto a una chica tan especial como ella. Para complicarlo todo aún más, mi cama era bastante pequeña y nos encontrábamos muy próximos el uno del otro. Los espacios que había entre nuestros cuerpos eran sumamente estrechos.

Ella sabía muy bien cómo ver mi interior, sabía también que me encontraba ansioso. Entonces me preguntó si toda esta situación me hacía sentir incómodo. Yo le hice saber que no era así, y que simplemente no estaba acostumbrado a ninguna de estas cosas, ya que en el pasado nunca había hecho nada similar a esto. En verdad deseaba descansar junto a mi amiga, tan sólo tenía que hacer a un lado toda mi intranquilidad. Naomí logró calmarme al decirme que podía apoyarme sobre ella si así lo deseaba. Me recargué sobre su pecho y rápidamente me relajé por completo y sentí mucha paz al escuchar su calmada respiración, los latidos de su corazón y percibir la calidez que emanaba su cuerpo ante un contraste y temporal tan gélido. Ahora agradecía que mi cama fuera tan pequeña, pues así podíamos estar muy cerca el uno del otro.

No recuerdo el momento justo en el que perdí la consciencia y caí en el sueño, pero puedo asegurar que jamás había dormido tan bien como lo hice esa noche. Y mientras mis párpados se sentían cada vez más pesados y mis sentidos cada vez más difusos, en ese preciso momento, me di cuenta de que nuestros castigos ya habían quedado atrás y pronto serían olvidados. Volvíamos a estar juntos...

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